Al pie de la letra  

Nos encontramos preparando el próximo encuentro “Al pie de la letra”, esta vez de la mano de John Berger y su libro «Un hombre afortunado». Vuelve a interrogarnos ¿qué sostiene a un profesional como Sassall para continuar en el día a día cuidando a personas con experiencias variadas, algunas imaginadas y otras no?

Os invitamos a que compartáis una líneas, como parte del trabajo introductorio al encuentro del próximo día 6 de mayo, con preguntas, dudas o sugerencias a las que os ha llevado la lectura de este libro y que se entrelazan con vuestra experiencia clínica, y que en ocasiones os han interpelado en ese sostener el día el día con encuentros esperados o inesperados. 

María Ángeles Jiménez* 

Voy a empezar por reconocer que la lectura de Un hombre afortunado me produce un poco de envidia: yo no he sido capaz en mis treinta años de ejercicio profesional de entregarme a la manera del doctor Sassall. Me consuelo con algunas de las referencias al ejercicio actual de la profesión médica, en particular de la medicina de familia, que hace Meritxell Sánchez-Amat en su preciso texto, aunque me apena esta deriva, tanto personal como social. Muchas veces he tenido que apelar al profesionalismo para contener el laboralismo funcionarial en que nos quiere convertir la sociedad y nosotros mismos, que también somos sociedad. Muchas veces me he tenido que repetir: «De la puerta de la consulta hacia dentro es todo cosa mía», con resultados inestables.

Hace unos días, una amiga y compañera médica de familia, muy implicada en las relaciones con sus pacientes, me confesaba que le había contestado mal a una paciente en la consulta y la había hecho llorar, lo que le producía una profunda frustración. En su descarga se decía que ese día había atendido a más de cincuenta pacientes, pero a ella no le sirven justificaciones tan simples. Aunque está claro que cuando estamos estresados no somos igual de amables.

Yo tenía un paciente que acudía periódicamente a la consulta para recoger el parte de baja laboral y siempre pedía cita temprano, porque decía que los médicos estamos de mejor humor a primera hora, en lo que yo estoy completamente de acuerdo. Es humano, pero nos lo tenemos que hacer ver: nosotros esto no nos lo debemos permitir.

Así y todo, como Sassall, me he sentido afortunada muchas veces, y siempre por cuestiones relacionales. Me complacen los aciertos clínicos, pero los humanos me humanizan.

Mis primeros veinte años de profesión los ejercí en las urgencias hospitalarias, un entorno hostil casi por definición, aunque se filtraban retazos de las personas difuminadas detrás de los números de episodios clínicos. Recuerdo una madrugada en la que salí a avisar al marido de una anciana de que su mujer debía quedarse con nosotros hasta la mañana siguiente. Me pidió que si se podía quedar con ella: «No tuvimos hijos, doctora, cuídemela, ella es todo lo que tengo». No he podido olvidar esa mezcla de miedo y súplica tan conmovedora.

Pero cuando pienso en lo afortunados que somos los que atendemos el sufrimiento humano, me quedo con una viñeta de los primeros días de trabajo como médica de familia en un centro de salud rural. Yo venía de esa hostilidad hospitalaria del todos contra todos, y encontré el centro de salud como un remanso de paz. Los pacientes del cupo todavía no me conocían, así que no podía haberse creado ninguna relación con ellos. Una pareja de ancianos pidió cita para saber mi opinión sobre una indicación quirúrgica que le habían hecho a ella en el hospital. Me emocioné, no tenía costumbre de esas consideraciones. Luego comprobé que esta situación es habitual en los médicos de cabecera (me encanta este nombre: a la cabecera del paciente, desde todos los tiempos): en general, los pacientes confían más en sus médicos de Atención Primaria, a los que ven con regularidad, que en los especialistas hospitalarios, a los que ven puntualmente y quizá de manera más apresurada de lo que les gustaría (a todos).

Ahora me dedico a la gestión como coordinadora médica del Servicio de Admisión de un hospital de tercer nivel. Cuando me incorporé hace poco más de un año a este puesto, me llevé conmigo una figura que me había hecho la hija de un paciente en agradecimiento a cómo había tratado a su padre, que se cambió de cupo porque se fue a vivir con ella a otro municipio. La figura me representa a mí con la hoja de tratamiento de su padre, en la que escribió el tratamiento real del paciente. La tengo en mi mesa de trabajo actual para no olvidarme de todas esas personas de las que los números que manejo a diario tratan de separarme. Se lo explico así a los compañeros que me lo preguntan porque les llama la atención la figura, quizá demasiado humana para aquel lugar. Pero en el Servicio somos todas médicas de familia y no nos cuesta nada tenerlo presente cada día: humanos, nunca demasiado humanos.

*María Ángeles Jiménez González es Médica de Familia. Coordinadora Médica del Servicio de Admisión del Hospital Universitario de Canarias en Tenerife