por Araceli Teixidó*

Comentario del artículo El agotamiento o burnout ya es oficialmente un diagnóstico médico según la organización mundial de la salud

Reconocer y nombrar el malestar suele ser el primer paso para abordar su resolución ¿pero es inocente que el malestar tome el nombre de un diagnóstico? ¿Los “problemas relacionados con el empleo y con el desempleo” deben encerrarse en una categoría diagnóstica?

Esta noticia se dio con alegría en distintos medios. Se supone que con esta categorización se ofrece un reconocimiento al individuo afectado, pero si nos entretenemos en pensar un poco, veremos que  tal reconocimiento conlleva un efecto secundario indeseable: se le reduce al estatuto de víctima indefensa al que un objeto vendrá a salvar – fármaco, cursillo o prescripción cognitivo-comportamental -.

Además podríamos preguntarnos si el diagnóstico de burn out sirve para desresponsabilizar a la empresa puesto que el diagnóstico le permite aplicar un tratamiento que no exigirá revisar su responsabilidad: añadir clases de yoga o cursos para dejar de fumar a sus empleados en horario laboral, por ejemplo.  

El discurso del capitalismo está organizado de tal modo que si aparece el agotamiento se deben añadir nuevos tratamientos. No hace falta ni revisar, ni dejar correr o suprimir nada. En el discurso del capitalismo nada se puede perder, nada se puede detener. La solución es añadir más tratamientos, jamás volver atrás para reflexionar acerca de las causas subjetivas y objetivas.

Al maniobrar de este modo, se indica que la palabra del sujeto no vale si no es signada con un diagnóstico médico. La palabra del médico tampoco. Ser “vago y ambiguo” como solo puede serlo el lenguaje, queda descartado en la relación médico paciente.

¿Cómo entender el burn out si no lo aceptamos como diagnóstico?

Como la expresión de un malestar que existe y que no ha encontrado mejor nombre ¿Habría entonces un nombre mejor? Sí, el que le dé cada uno de los sujetos afectados ¿A que se refieren ellos? Por un lado a los síntomas, pero por otro a un sufrimiento por realizar tareas sin sentido, por trabajar demasiadas horas, por trabajar por poco dinero: por haber quedado ellos mismos reducidos a ser objeto de consumo de la empresa capitalista.

Si nos centramos en el sentimiento de estar realizando tareas sin sentido podremos decir que, especialmente en el ámbito de las profesiones que suponen el cuidado de otros – las del ámbito de la medicina y de la educación – , la progresiva tecnificación ha ido despojando del sentido íntimo de la profesión dejando a sus practicantes reducidos a ser técnicos. También eso es ser objeto de consumo de la empresa capitalista.

Porque ¿la medicina es una técnica? Parece que se intenta que lo sea, sin embargo algo retorna permanentemente, algo que insiste en no quedar subsumido en la técnica y que agota a los profesionales.

El profesional de la salud se confronta a los límites de la vida, al nacimiento y a la muerte, en todas las especialidades que suponen el trato con el paciente. Por lo tanto, se encuentra con los afectos que esto tiene en el enfermo, con su sufrimiento, y para eso también se le pide estar presente, se le pide una respuesta. Ese profesional se puede encontrar entonces con sus propios afectos. Y si no tiene un tratamiento que le permita reintegrar eso suprimido por la técnica, si el tratamiento que encuentra no le permite reconocerse a sí mismo en el trabajo, va a agotarse.

Acompañar en los límites de la vida ha sido difícil siempre. Sin embargo antes, esta dificultad podía ser fuente de satisfacción o de malestar, pero, siempre, dotaba de dignidad a la profesión. En cambio hoy en día ese acompañamiento se considera reducido a unas pocas especialidades y no esencial a la práctica. Considerar el burn out un diagnóstico médico no hará más que alejar al profesional del corazón de su disciplina y obturar el paso a su inconsciente.

*Araceli Teixidó es psicoanalista miembro de la ELP  y la AMP. Coordinadora del Taller de la Paraula en Medicina (Barcelona)