por José Angel Rodriguez Ribas*

Comentario de la noticia: Amazon ya ejerce de “medico” en todos los hogares del Reino Unido

La noticia, a comentar, se resume en que Amazon cerró un acuerdo con el Gobierno británico mediante el cual puede acceder a la información del sistema sanitario de este país. Un acuerdo al que las autoridades le ven varias bondades, entre ellas, aliviar las tensiones en la asistencia sanitaria. En consecuencia, la multinacional norteamericana podrá fabricar, publicitar y vender sus propios productos a partir de los datos obtenidos en la base de datos del sistema sanitario británico. Una información que, según se aseguró en su momento, estará anonimizada.

Este es el hecho. Un acontecimiento puntual, casi discreto, banal incluso. Total ¿a quién podría molestar tener un consultor médico en casa y librarse del engorroso ejercicio de pedir cita, esperar en la sala, ir a hacerse unas pruebas o encontrarse con un facultativo que, en numerosas ocasiones, ni explora, mira a la pantalla y, a lo sumo, prescribe algo que generalmente el paciente ya conoce?

Sin embargo, a poco que se rasque comienzan a verse algunas «malas noticias», algunos «filos cortantes» de esto que casi se nos vende como una muestra de progreso más cuando, en realidad, se trata de una aséptica manipulación, todo un regalo envenenado biopolítico. Veamos algunas cuestiones, sin meternos en demasiados berenjenales, dado el espacio que una nota como esta impone.

En primer lugar, veamos a quien se dirige el mensaje. No lo es a un «sujeto», que no podría reducir su sufrimiento a unas breves palabras. Tampoco, una «persona» entendida como dueña de su conciencia y responsable autónoma de sus actos. El mensaje está dirigido a una suerte de individuo-objeto, que es productor y mercancía a la vez. El ideal del discurso del Capital, por decirlo brevemente, consiste en imponer unos estándares de salud para poder ejercer de la manera más eficiente y eficaz tanto como consumidor y empresario de sí, como productor decidido y empoderado. El deber de detentar ciertas «competencias» y performancias ajustadas a los caprichos del Mercado va de la mano de una progresiva neoesclavitud donde, todos felices, se reduce al sujeto a un mero número evaluable en función de su productividad. Del resto, de las posibles dudas y quejas sociales, morales, subjetivas: «no me interesa nada de lo que tengas que decir: produce y sonríe porque, hagas lo que hagas, nada puede cambiar». Así que, «más vale que ajustes tu cuerpo y tu estado de ánimo a lo que hay». Se presenta, pues, un mundo como inapelable, inefable y al que solo cabe adaptarse o ser excluido: es el «estilo de vida». La generalización del lenguaje numeral y economicista, el llamado «capital humano», «nivel de satisfacción» o la «gestión de las emociones» son vivo retrato de ello.

Como de este proceso, segundo apunte, el objeto-humano no puede hacerse cargo -incluso, sería mejor que no lo hiciera- y dado que cualquier atisbo de enfermedad, malestar, quejas, sean del orden que sean, deben ser inmediatamente superadas el Mercado se apropia de cualquier atisbo de cuerpo-hablante para convertirse en garante de su «salud-feliz».

Esto quiere decir que dicho imperativo no solo no queda reducido a áreas, más o menos acotadas y clásicas (educación, salud, dependencia, etc.), sino que Todo lo Humano queda homogeneizado y normativizado, siendo material de validación continua bajo el apelativo de «excelencia». La jugada maestra, es convertir ese Todo en jugosa mercancía; los cuerpos, su sexualidad, el dolor, los afectos, la familia, la diversión, belleza, los aprendizajes etc. devienen en una posible fuente de ingresos y como tal, deben ser tratadas. La famosa «medicina personalizada», por ejemplo, no es más que el canto de sirenas de una supuesta adaptación médica a cada sujeto, cuando en realidad es un embudo de variables al que solo cabe someterse.

De la adaptación forzada hemos pasado a la expropiación subjetiva y de ahí, a la mercantilización generalizadas. El correlato transmitido es que: «tu cuerpo no es tuyo ni te puede pertenecer; es del Orden establecido». Por lo mismo y dicho sea de paso, tampoco caigamos en la boutade de achacar al personal sanitario este estado de cosas. Los médicxs, enfermerxs, auxiliares etc., incluso, la industria de la Salud misma son tan proletarios y alienados como cualquier consumidor, eso sí, con muy diferentes grados de responsabilidad. Lo cierto es que el Capital blandiendo armas como la ciencia, la evidencia, el sentido, el fundamentalismo o apelando incluso a la democracia, a la sostenibilidad o solidaridad, en realidad, divide y vela todo aquello de lo que se puede extraer alguna plusvalía, en una suerte de espiral fagocitadora sin límite ni fronteras, temporal o espacial, que permita hacer de barrera (ver los estudios semiocapitalistas de Franco Berardi, a ser posible en serie con los Dispositivos Pulsionales de J. F. Lyotard).

Hasta el punto, tercero, que este mal llamado discurso del Capital, por su propia inercia y repetición, se ve impelido a producir auténticas subjetividades nuevas: «tan bien sabemos qué tipo de humanoide necesitamos que te lo ofrecemos o te podemos enseñar a serlo». El Transhumanismo y algunos movimientos Ultrarracionalistas lo tienen claro: nuestro cuerpo es pobre, defectuoso, un residuo abyecto para las enormes posibilidades de explotación que tienen los humanos. De ahí, surge el reino de los Expertos, «siempre por nuestro bien», detentadores de una auténtica neuromoral y neuromarketing del coaching emocional positivo, incluyendo los cada vez más influyentes pastores del alma, para garantizarnos las pautas que nos llevarían al éxito personal. El inconveniente chistoso, frente a este adoctrinamiento y adocenamiento, es que no existen horas al día para atender a tantos consejos con que se nos bombardea. Y el inconveniente siniestro es que: «como ya te avisamos, y encima te dijimos como serlo, cualquier disfunción o alteración de tu carrera son siempre, y solo, culpa tuya».

Sinteticemos: adaptación, expropiación y producción de cuerpos-mercancía van de la mano de un imperativo  que si bien es desresponsabilizador resulta despóticamente culpabilizante, al mismo tiempo.

Extrapolemos al ejemplo supra. La simple queja de un malestar, físico o psíquico, por proferirla, ya se convierte en un trastorno con respuesta posible bajo el paradigma de que a cualquier demanda le corresponde su solución. Con lo que, aun a costa de ceder cualquier privacidad y pudor, se medicaliza y psicopatologiza Toda la vida cotidiana, generando un círculo vicioso que se multiplica al infinito… haciendo de la vida propia una perpetua sucesión de malestares y , lo que es peor, obviando cualquier exploración nosológica para diagnosticar la verdadera naturaleza del agente patógeno. El menor de los peligros no es ya el de la hipocondría o conversiones generalizadas, sino el hecho de provocar  auténtica iatrogenia médica: ¿quién será el responsable de dichos efectos? Esto implica, ni más ni menos, no solo la muerte de la enfermedad como tal sino, incluso, de la propia Medicina. Por no hablar que luego del Cuerpo el objeto de las invectivas mercantilistas será el Lenguaje, siempre tan confuso y equívoco, con lo que el Humano que se requiere para satisfacer al Capital será precisamente, aquel que ya no tiene nada de tal.

La pregunta, por las paradojas generadas, está servida: ¿cómo pueden los humanos consentir ser tratados como simples objetos al servicio de una etología humana?, ¿cómo pueden condescender a ser despojados de los recursos que la Vida les dotó? Y sí, es el gran contrasentido que nos encontramos: la figura del proletario de derechas, del oprimido precarizado, de la servidumbre voluntaria sin el más mínimo deseo de emancipación… campea por doquier. O habrá que ir asumiendo que esta es la etapa de la Historia de la Subjetividad en que la fascinación por la comodidad sumada a la veneración por la Técnica, incluso, el apremiante deseo de ser engañados -resumiendo: la dimisión y desresponsabilización de los Humanos de sí mismos – llegó a provocar nuestra propia consunción. Ahí, ya Lacan se adelantó cuando imaginó un futuro enfangado en procesos de segregación orientados por nuestro empuje a la debilidad mental.

¿Habría algo, por último, que no pueda ser absorbido por el neoliberalismo globalizador?, ¿»Que vale la pena conservar», pregunta repetidamente Jorge Alemán?, ¿existe alguna posibilidad de diferencia absoluta que regule este goce «Todo» desbocado? Sin embargo, aún queda «algo» del cuerpo, del tiempo y las palabras, en los sujetos. «Dispositivos de lo real» les llamé en su momento o «artefactos intrascendentes» (Alemán y Larriera, aun con matices), es decir, aquello que en su imposibilidad inmanente y por su propia condición de expropiación-apropiadora, de resto y causa, no puede ser fagocitado absolutamente sin que el Capital se autodevore a sí mismo.

Allá donde habite el amor, la conversación – el equívoco, el misterio, el enigma – el juego espontáneo, la presencia, el encuentro contingente, la quietud, el intervalo… el Síntoma, a fin de cuentas, un Otro «menos tonto» podrá ser partícipe de la constitución subjetiva, inoculando Vida-Hablante. Esto es lo subversivo que aun mantiene vivo y orienta, en su causa deseante, al Psicoanálisis.

*Doctor en Medicina. Psicoanalista miembro de la ELP y AMP, Psicomotricista, Universidad WTSD (Málaga). Sevilla.