por Ángeles Jiménez

Comentario de la noticia: Quemada: voy a dejar de ir al ambulatorio para pasarme por el sindicato

«El síndrome del trabajador quemado (burnout) figurará en la próxima Clasificación Internacional de Enfermedades (CIE-11) de la Organización Mundial de la Salud (OMS) como un problema asociado al empleo o al desempleo».

Una vez etiquetado el síntoma, el síndrome, como ocurre con otros tantos desplegados en las clasificaciones internacionales (CIE, DSM), se traslada la responsabilidad al sistema sanitario: así convertimos una cuestión de la vida en un proceso patológico que debe tratarse para recuperar la salud. Y debe tratarse por un médico o un psicólogo, cuando quizá en este caso deberían participar otros agentes más adecuado, por ejemplo, los sindicatos.

Muchas personas consultan a sus médicos porque su trabajo los estresa. Podría pensarse como una consulta conveniente para aliviar los síntomas derivados de una sobrecarga laboral, de un trabajo en régimen de esclavitud —que hay muchos—, o simplemente de los excesos de un jefe incompetente —los competentes no se exceden— o de una responsabilidad mal gestionada. Y en principio, no cabría dudar de la pertinencia de esas consultas en cuanto a demanda de un alivio sintomático, si no fuera porque lo que se pretende muchas veces no es tanto ese alivio, sino la supresión del origen del malestar. Es decir, la solución del problema. Lo que pasa es que este tipo de problemas no se resuelven en las consultas médicas o psicológicas, sino en otros ámbitos, como propone Marta Sanz en su artículo: en el sindicato o en el comité de empresa. Tampoco se piensa el estrés, la ansiedad o la angustia —según el registro— como una reacción sana a una amenaza exterior, como un aviso, y se acaba transformando en un desarreglo interior que precisa medicalización.

Por ejemplo: si un estudiante de oposiciones los días previos al examen nos pide una pastilla para dormir porque los nervios no lo dejan conciliar el sueño y necesita estar descansado al día siguiente, ¿qué médico se la negaría? Creo que es una indicación de lo más oportuna para una benzodiacepina. Lo que a cualquiera le parecería un desatino es que el estudiante en cuestión nos pidiera que lo ayudáramos a aprobar el examen, porque eso escapa a nuestras competencias clínicas.

Sin embargo, a casi todo el mundo le parece normal que alguien que tiene problemas en el trabajo venga al médico a pedir la baja laboral porque no puede soportar más la presión. En principio tampoco estaría mal si la baja se aprovechara para ir al sindicato y organizar la solución del problema. Pero normalmente esto no es así, sino que el paciente se enreda entre médicos, tratamientos y unidades de salud mental sin enfocar el lugar preciso origen del asunto. Quizá porque el tratamiento quirúrgico, la extirpación de la lesión que produce los síntomas, siempre se ha visto como algo agresivo, demasiado radical y definitivo: no quiero vivir sin mi apéndice pero con ella inflamada tampoco puedo.

Y los profesionales sanitarios no estamos inmunizados al problema, es más, somos un colectivo de riesgo. Enrique Gavilán, un médico de familia de Extremadura, acaba de divulgar su experiencia en el descenso y recuperación de los infiernos del burnout en su libro recién publicado Cuando ya no puedes más, que ya se ha convertido en referente nacional. Mónica Lalanda, también médica de familia e ilustradora del libro, insiste en «no nos quemamos, nos queman», poniendo el acento en que cada cosa ocupe su lugar.

No se trata de ignorar la evidente responsabilidad personal en lo que le pase a cada uno en el espacio donde decide exponerse para vivir, sino de que debe abordarse cada cuestión donde pueda ser abordada. Si el estrés del trabajo desata una neurosis latente, pues habrá que tratarla, pero no desatendiendo el manejo de la circunstancia externa que la ha desencadenado, porque ningún individuo puede vivir ajeno e impermeable al entorno. Deberá incluirse al sindicato en el tratamiento del trabajador quemado, porque si no, médicos y psicólogos nos limitaremos a simples abordajes positivistas inoperativos más allá de la pura especulación teórica.

Tal vez la liquidez de nuestros tiempos, tan bien dibujados por Bauman, nos haya confundido de orilla, arrastrados por una corriente que se nos va de las manos. Quizá vaya llegando el momento de arriar las velas y poner en marcha los motores de nuestras vidas. Quiero pensar que no se nos hayan perdido las cartas de navegación.

*Ángeles Jiménez es médico de familia