por Carolina Tarrida
En cada caso que atendemos en estos momentos de la crisis COVID19, podemos situar la modalidad sintomática que se venía trabajando bajo transferencia durante el tratamiento precedente al confinamiento. Es decir, si bien se identifican algunas manifestaciones fenomenológicas generales que se relacionan con la particularidad de las circunstancias, por ejemplo, un aumento de los trastornos del sueño, o de las somatizaciones, tras ello, cabe situar en el caso por caso, cual es la modalidad sintomática que viene como respuesta subjetiva particular.
Un chico al que atiendo desde hace tiempo en el Centro de Salud infantil y juvenil (CSMIJ) de la Fundació Nou Barris, por presentar sintomatología de tipo paranoide que le dificulta sus relaciones familiares, sociales y escolares, vive el confinamiento en familia dirigiendo toda esta sintomatología hacia su padre. Si bien eso ya venía pasando anteriormente, en forma de quejas por falta de valoración por parte del padre, en estas circunstancias de confinamiento, la cosa se agrava. El padre, al poco de empezar el confinamiento, hace una caída subjetiva muy importante presentando sintomatología ansiosa y depresiva con ideas obsesivas de desinfección, y ahora el chico le reclama que no le atiende suficiente por estar así. “Madruga, desinfecta, limpia y luego se echa en el sofá angustiado, llorando”. Cree que su padre siempre le ha culpado de los males de toda la familia a él, por sus reacciones coléricas importantes, sus ataques de angustia, etc. Nunca ha logrado que le vea “con buenos ojos”. Ante mis preguntas interesándome profesionalmente por el estado anímico de su padre, puede poner en suspenso su interpretación, y dirigir otra mirada a su padre, viéndolo como sufriente y por lo tanto menos “malo”, y concluye: “este encierro me hace ver que mi padre es tan paranas como yo”. Esto le permite bajar un poco la agresividad hacia su padre, a la vez que dejar de sentir tan agresiva “la mala mirada” del padre hacia él.
Extraigo dos enseñanzas de este pequeño apunte clínico. En primer lugar, permite separar lo que resulta traumático para cada uno, de la situación que irrumpe en la realidad y a la que no le podemos suponer un mismo valor traumático para todos. En segundo lugar, permite separar manifestaciones fenomenológicas que se tienden a pensar como respuestas colectivas a lo que sucede, como la angustia, la tristeza u otras, de aquello que nos interesa situar como psicoanalistas en cada caso, para continuar con la lógica de cada tratamiento. La irrupción del coronavirus tiene un estatuto traumático para el padre provocando esta desestabilización en él, porque le remite a a una enfermedad infecciosa que padeció siendo joven. “Él sabe qué es estar enfermo y aislado” dirá la madre, situando este primer momento de encuentro con lo traumático que tiñe ahora la vivencia de irrupción del virus para este hombre. Pero en el caso de mi paciente en cambio, no me parece que esté siendo tanto un encuentro con lo traumático, es decir, no ha quedado ante una ruptura de la cadena significante, sino que su respuesta sintomática ha buscado el objeto al que dirigirse, dentro del marco de las circunstancias actuales de confinamiento con su familia.
*Carolina Tarrida es psicoanalista miembro de la ELP y la AMP. Psicóloga en el CSMIJ de Fundació Nou Barris en Barcelona. Coordinadora del Taller de la Paraula en Medicina.