por Manuel González Molinier*
Este es el ejemplo que utilizó Lacan para definir el valor de un acto[1]. No toda decisión, no toda cosa que se hace es realmente un acto. César cruzando el Rubicón, ese río que separaba Roma de la Galia, y que el senado romano le había prohibido cruzar, tiene el estatuto de un acto: hay algo que compromete íntimamente al sujeto. Hay algo sin marcha atrás.
Hoy estamos aquí para analizar el consentimiento informado, ese vehículo, tácito o escrito, por el cual un sujeto da su consentimiento a algo que se va a hacer sobre su cuerpo, habiendo sido debidamente informado antes. La firma es, como en otros documentos, lo que certifica el acto, pero ¿hay tal acto? Sabemos que firmar un documento ni siquiera garantiza que dicho documento ha sido leído. “La letra pequeña” es el chiste vivo que el lenguaje español tiene para hablar de aquello que se firma sin leer (o sin comprender). ¿Cómo de pequeña ha de ser la letra para que esté allí para no ser leída? Como sabemos por seminario de Lacan de La carta robada, no hace falta ocultar algo para que no sea visto. Puede estar a la vista de todos y ser, por eso mismo, imposible de ver. En definitiva, firmar un papel no garantiza que allí haya un acto, un auténtico compromiso subjetivo con lo que se firma.
Leyes como la ley de la eutanasia o lo que se ha conocido como “la ley Trans” hacen que esta cuestión deba ser abordada sin demora. Son leyes pioneras, muy avanzadas, que tratan de resolver cierto engorro burocrático que a veces produce un gran malestar, pero también nos hace preguntarnos si la rapidez, la agilización, de actos tan complejos, son la mejor respuesta a un malestar que resuena, ubicuo, y que a veces empuja más bien a actuar para no pensar. Como todo aquello que trata de regular algo que toca un real, estas leyes, aunque sean bienintencionadas, no están exentas de problemas, como vemos en la clínica. Son leyes que presuponen un sujeto con capacidad de decidir, y habrán de decidir sobre procesos irreversibles. Si estos procesos médicos están mediados, entre otras cosas, por un consentimiento informado, cabe preguntarse: ¿Quién informa? ¿Qué sabemos de quien informa? ¿Cómo se informa de antemano de las consecuencias de este tipo de decisiones? ¿Cómo separar, en definitiva, el acto, el paso al acto y el acting out? Son preguntas difíciles de contestar, sin duda. Pero son preguntas que nos conciernen.
Esta semana, en la consulta, una paciente acudió sin otra demanda que esta: quiero pedir la eutanasia. Aquejada un malestar que no puede considerarse incurable, pero cansada de no encontrar alivio en la medicina, se encomienda a esta novedad, sin llegar al tuétano de sus connotaciones. Me advierte: “Si aquí no me hacéis caso, sé de un lugar en Suiza donde sí lo harán”. Esta viñeta no ilustra ninguna generalidad, y solo sirve para señalar que el tema circula, y que tiene efectos.
Nadie niega que hay sujetos que acometerán estos actos con la seguridad de quien comprende esta decisión y está dispuesto a comprometerse con ella todo lo que un sujeto puede. Es realmente conmovedor, por supuesto, oír el testimonio de un enfermo de una enfermedad degenerativa incurable tomar la palabra para decidir sobre su propia muerte de una manera digna y no dolorosa. También habrá de ser escuchado el testimonio de cada transexual uno por uno, puesto que el cambio de género no es un cambio cualquiera, pero a veces puede ser una solución que anude algo que de otra manera no podría soportarse. En la clínica, debemos estar ahí para ello, para atender caso por caso. No para hacer firmar un documento, sino para conseguir que haya un lugar para la palabra. Es la única forma en que cada sujeto puede conseguir saber algo del valor real que tiene un acto.
[1] Texto presentado en el encuentro Nudos que tuvo lugar el 2 de octubre de 2021 por vía telemática en que la Red Psicoanálisis y Medicina convocó a psicoanalistas que trabajan en instituciones concernidas por la aplicación de la nueva Ley Orgánica de Regulación de la Eutanasia.
Manuel González Molinier es médico psiquiatra y psicoanalista en Málaga. Es socio de la sede de la Escuela Lacaniana de Málaga