por Ma. José Martínez Bernal[1]

En primer lugar, agradecer la invitación a un espacio de reflexión que, situado en el ámbito de la salud, quiere contar con el ámbito educativo, al considerarlo parte ineludible del proceso vital de cada individuo, y en el que los profesionales educadores también nos hemos de sentir concernidos hacia la reflexión de las repercusiones de nuestro trabajo, que, por supuesto, va más allá de un aula y de unas calificaciones[2].

Muchas gracias: Carolina Tarrida, Lierni Irizar, Liana Velado, Araceli Teixidó

Presento mi intervención desde la perspectiva del ámbito profesional de la educación. Soy psicopedagoga. Trabajo como orientadora, y circunstancialmente, como directora de un Instituto de Secundaria en Nou Barris (12-18 años), aquí en Barcelona.

Para empezar, compartir con vosotros que ha sido para mí un hallazgo, y un apoyo, que el punto de partida de la sesión de hoy sea la lectura de las reflexiones de Lierni Irizar en su libro Banalizaciones Contemporáneas: lenguaje, sufrimiento, enfermedad y muerte.

Veo reflejado en su lúcido trabajo un esclarecedor análisis de las limitaciones que impone a nuestro ámbito profesional la siempre avara aplicación economicista de las políticas en general, y de las normativas educativas en particular, en los últimos años. Me ha  ayudado a confirmar mis ideas y mis temores, y me ha aportado la luz, el enfoque y los datos necesarios para repensarlos… y venir aquí hoy a preguntarme en voz alta si el profesional, si el docente cuentan, pero también y, de ahí el título de mi intervención, si el propio adolescente cuenta…si son tenidos en cuenta como sujetos, si cuentan con espacios para reflexionar, para contar, para que se establezca el diálogo que le permitirá estar en condiciones para un verdadero aprendizaje, no solo de contenidos y saberes culturales, sino de todo aquello con lo que el adolescente llega al instituto: su situación en el mundo, su relación con el otro, sus deseos, sus angustias, la construcción de su futuro, un futuro al que continuamente le apelamos, y al que algunos pueden percibir como un abismo…

Yo debo situar mi intervención estableciendo como punto de partida la función socializadora del centro escolar, el lugar donde se da la relación con los demás, con los compañeros y con los adultos referentes … Esto significa compartir espacios, rutinas, normas comunes … significa convivir … vivir con 500 “alumnos” … que son 500 adolescentes!

Como suelo decir, en el instituto, pues, se instala la adolescencia. Se da el proceso de individualización y de separación del adulto. Un adulto al que, precisamente, le corresponde ser su referente.

La adaptación que aprendan a hacer en esta pequeña parte de la sociedad, su sociedad, será fundamental para poder entenderla, para asumir su situación, para enfrentar el necesario conflicto …  para poder convivir en esta sociedad como adulto, en adelante …

La tarea educativa, tanto o más valiosa que la mera formación académica (aunque inseparable de ella), será la formación que los completará como personas: quiero decir como sujetos y como seres sociales.

El otro toma toda la importancia, y por tanto, la importancia del diálogo que se establece, de la palabra. La falta de este diálogo puede bloquear, no sólo el aprendizaje, también la posibilidad de relación. El abandono de los estudios también significa una desvinculación de su grupo de iguales.

Y necesitamos el otro para convertirnos en personas, y sabias… Necesitamos contar…

El trabajo en la escuela con el adolescente no es sencillo. Es el momento de afrontar cambios, y de vivirlo con la inquietud de la exposición ante los compañeros y el grupo de amigos.

En primer lugar los otros son los compañeros, los que desde el discurso oficial llamamos los «iguales», o «la diversidad”… La realidad: todos y cada uno, hay que decirlo.

Pero el otro también es el docente, un docente a veces desorientado. En Secundaria sabéis que partimos de un modelo compartimentado en lo que se llama áreas del saber. Especialistas en una rama del saber. Y ¿cómo se aprende a acompañar al adolescente a quien hemos de formar desde una rama del saber? La formación del profesorado es determinante, pero también hay que cuidar especialmente su posición. Es decir, hay que cuidar especialmente dos aspectos clave en la relación profesor-alumno:

– el acompañamiento

– la mirada

Porque, a veces, demasiado a menudo, nos encontramos con un docente que no puede, o no sabe (… o no quiere) acompañar el adolescente. No siempre se da la aceptación del adolescente que cuestiona, que plantea retos, que te convoca a la angustia. Quizás es que a veces el docente también se siente en riesgo, o desorientado…

En todo caso, no se da el diálogo necesario.

Aquí el docente también necesita acompañamiento. Debe contar. A quién corresponda…

¿Y qué con qué contamos? ¿Dónde nos situamos? Debemos hablar de una sociedad en cambio: del referente de modelo único de familia, del reconocimiento de la autoridad, de la ausencia de límites en muchos casos, de la desaparición de la responsabilidad individual, … que, sumados a la potencia de las nuevas tecnologías, generan demandas inmediatas y excesivas, donde la imagen ha pasado a sustituir otros valores establecidos, donde el sujeto es simplemente un consumidor,  donde la frustración no tiene cabida … Algunos de estos aspectos, o la suma de ellos, puede provocar que en los sujetos más frágiles se generen malestares, desamparos, aislamientos y, a veces … el paso al acto … la respuesta agresiva en sus conductas.

En función de la fragilidad del sujeto, detectamos un aumento de los trastornos mentales en las etapas escolares, a veces amparadas bajo etiquetas como dislexias, TDAH, TGC…

Y cuando, en la escuela, alumnado, profesorado y familia no van (o no pueden ir) en la misma dirección, se hace difícil la comunicación y la ayuda.

Entonces, abrir puertas para encontrar espacios de trabajo conjunto se hace aún más necesario.

Y aparece el factor tiempo: la educación es un proceso que necesita tiempo. Queremos decir tiempo para acoger, para acompañar, para reflexionar, para dialogar, para compartir… y para seguir acompañando… desde el conocimiento, y el reconocimiento.

Por otro lado, debemos hacer notar que nuestro sistema educativo mantiene un discurso oficial narcisista, reforzando el superyó de un docente muy exigido, que debe ser inclusivo siempre y a cualquier precio.

Y ya sabemos que todo no puede ser…

Eso sí: Se nos exigen horarios, controles, calificaciones, evaluaciones, resultados, estadísticas…, pero con equipos muy ajustados de profesionales, en el centro y los servicios educativos. Basta revisar los presupuestos dedicados a Catalunya y en España en Educación y compararlos con otros países del entorno europeo… Los recortes que perversamente ha justificado el discurso de la crisis nos ha hecho perder profesionales y nos ha aumentado las horas de docencia y el número de alumnos en el aula, con lo que se ha llevado como una riada muchas horas, espacios y profesionales, y con ellos proyectos de mejora, o sencillos momentos de diálogo con nuestros adolescentes.

Y parece que estas pérdidas han venido para quedarse, o han durado lo suficiente para que nos acostumbremos a que sea así irremediablemente.

Aquí hay que pararse, y alzar la voz:

¿Quien tiene que hacer en primer lugar el discurso ético de nuestro trabajo? La tenemos que hacer todos, claro, pero… ¿dónde empieza la responsabilidad?

Volvemos: Esto significa recuperar tiempo. Tiempo para la reflexión compartida, para la formación… que permitan evitar la inmediatez o la actuación irreflexiva. Los docentes, y sobre todo los tutores y los orientadores, saben muy bien que es la presión del tiempo, porque el acompañamiento es un proceso, un proceso humano, que necesita tiempo.

Para aportar un poco de aire y de esperanza en las posibilidades de mejora, quiero aprovechar ahora para explicar que, a instancias del Departamento de Salud del Ayuntamiento de Barcelona, algunos institutos de Barcelona han comenzado a participar, de forma experimental, en un programa de trabajo compartido con sus CSMIJ (Centros de Salud Mental Infantil i Juvenil) de referencia. Han creado unos espacios de diálogo en los cuales un profesional del CSMIJ acude al instituto y comparte estos momentos con grupos de adolescentes, en función de la demanda del centro, jóvenes que nos requieren con sus demandas o que nos sobrepasan con su conducta. En este sentido, podemos decir que la función crea el órgano, y no al revés…Para completar el trabajo, se organizan espacios de reflexión con los docentes (incluido el equipo directivo), y también se contempla poder hacerlo con las familias.

Con este Programa Riesgos en las adolescencias hemos descubierto un nuevo espacio de construcción compartida desde los diferentes servicios (Instituto/EAP/CSMIJ). Partimos de la red para revisar los acompañamientos, cada uno desde su ámbito, ampliando el modelo de intervención en ciertos casos.

Damos un espacio de conversación a algunos de nuestros adolescentes, al tiempo hacemos un trabajo en red aún más global. El equipo de salud mental, antes extraño a los centros educativos, pasa a convivir unas horas en el contexto donde se relaciona el adolescente. Es un enriquecimiento mutuo como profesionales que revierte muy positivamente en todos los sujetos, docentes y discentes.

Después de dos cursos, con la experiencia del programa Riesgos en las adolescencias hemos podido comprobar cómo abriendo espacios de conversación con adolescentes que llamaríamos disruptivos, o transparentes, según el grupo, hemos incidido en malestares que han podido canalizarse a través de la palabra compartida, y hemos mejorado cualitativamente su asistencia y el clima de convivencia de los grupos y del centro, y las relaciones entre ellos y con los adultos.

El conflicto no desaparece, pueden darse situaciones de riesgo… pero pueden pasar por la palabra, por un diálogo compartido y constructivo. La reconstrucción conjunta de los relatos ha ayudado a gestionar malestares. (Por ejemplo, alumnos que pueden ser absentistas, e incluso que han perdido el derecho de asistencia, algún día… han pedido venir al encuentro quincenal, si coincidió con el día de la sanción. No se lo quieren perder. Se sienten escuchados, tenidos en cuenta también fuera del aula)

Sirva este programa como un ejemplo de nuevos caminos, de nuevas puertas que se pueden abrir en una línea de trabajo común y necesario.

Para finalizar mi intervención, a modo de conclusión:

Es obvio que las políticas públicas contemplan nuestra figura como profesionales docentes, pero… ¿Contamos para ellos? ¿Somos escuchados?

Creo que coincidimos en que la tecnocracia que nos gobierna obvia el tiempo. Y esta es precisamente la palabra clave: tiempo.

El tiempo quiere decir poder contar con más profesionales dedicados, y eso apela a que nosotros lo reclamemos, y a que los técnicos docentes que supervisan nuestro trabajo (inspecciones, servicios educativos…), tengan el compromiso ético de hacer llegar a nuestros gobernantes cuáles son nuestras necesidades y nuestras demandas para mejorar la calidad en la aplicación de nuestro modelo educativo, y, aunque todo no se pueda conseguir, podamos contar con el espacio para intentarlo.

Los adolescentes nos cuestionan, pero nos necesitan… ¿contamos con ellos? ¿Les dejamos un lugar para contar?

La profesión docente se llena de sentido en su relación con el alumno. Todos debemos contar para ser escuchados.

Permitámonos encontrar el tiempo necesario para este diálogo.

Porque, como nos dijo Raúl Salmerón en una de las reuniones del programa… ¿hay actos más humanos y más humanizantes que los de enseñar y aprender?

[1] Ma. José Martínez Bernal es Psicopedagoga y Orientadora escolar en Educación Secundaria. Directora del IES Valldemosa en Barcelona

[2] Ponencia presentada en el encuentro Tenemos que hablar (4) que tuvo lugar en Barcelona el 29 de septiembre de 2018 con el título El profesional cuenta Organizado por la Red Psicoanálisis y Medicina