por Caroline Doucet*

ORIGINAL EN FRANÇAIS

Enfermedad con cuadros clínicos engañosos, con degradaciones fuertes y rápidas, el covid-19 ha enfrentado a los profesionales sanitarios a algo desconocido hasta ahora, conduciéndoles fuera de su “zona de confort”. Ellos han testimoniado de la incidencia de esta pandemia en su subjetividad, el ataque a la negación de su propia finitud, han indicado haber sufrido tanto físicamente y psíquicamente como de la falta de materiales y de equipos tanto como por los dilemas éticos planteados. Pero si esta epidemia de un alcance inédito en el espacio del mercado mundial tiene consecuencias sobre poblaciones del mundo entero, la crisis sanitaria actual no es más que la punta del iceberg. Ésta no se limita a una  « amenaza sanitaria », es un síntoma civilizacional[1] que ha puesto de manifiesto el lugar central de la biopolítica en nuestra civilización.

Asistimos a una modificación de la concepción de la vida, a partir de ahora reducida a una condición puramente biológica en la que «la apuesta última es la vida biológica en sí misma»[2]. Debe ser protegida sean cuales sean las consecuencias políticas y éticas ocasionadas (restricción de libertades, aislamiento y soledad de los enfermos en ciertas unidades, ausencia de ritos funerarios, etc.). Atravesada por el desarrollo del poder de la ciencia, por los progresos terapéuticos, por la mayor supervivencia y por el incremento de demandas que les son dirigidas, la relación de los profesionales sanitarios con el cuidado,  la salud y  la vida ha sido desviada. En numerosas ideologías no cesa de dispersarse el pensamiento sobre la vida. En medicina, « una filosofía política domina una teoría biológica »[3]. Entre los modelos metafísicos que han marcado la historia del viviente, los últimos años han visto la prevalencia del modelo organicista, incluido en las ciencias humanas. Tampoco el médico está libre de  « de toda tentación o de todo pecado filosófico ». Dicho de otro modo, las personas de la medicina – como todos los practicantes del cuidado – están  animadas por una concepción de la vida singular y/o colectiva, tomada de su historia, de sus creencias y saberes, que interfiere en el cuidado.

Esta pandemia nos confronta a la naturaleza en lo que tiene de opaca y espantosa. El virus no piensa, no está animado por malvadas intenciones, solo está condenado al parasitismo absoluto[4] que prolifera únicamente gracias a los seres soporte, sin tener en cuenta sus consecuencias ; este virus es un real inestable, sigue siendo imprevisible en cuanto a sus desarrollos sintomáticos, sus resurgimientos, sus tratamientos, sus futuras mutaciones, hace agujero en el saber sobre la vida. Es sobre él, y el riesgo de contaminación, que se focaliza nuestra atención y la de los practicantes en los últimos meses. La insistencia de este real indiferente a incidencias: restringe el imaginario al focalizar los pensamientos sobre los riesgos que se corren, induce a un confinamiento psíquico, socava las ficciones que cada uno se construye, sus sueños e ilusiones, y nos obliga a pensar en nuestro efímero destino. Pues en el humano « la sombra de la vida es la enfermedad y la muerte »[5]. Esto se acompaña a menudo del miedo cuya función heurística está pendiente de demostrar pero que conduce a la instauración de medidas de seguridad.

En su curso habitual, la vida humana va « a la deriva ». Ella « desciende el rio, tocando una orilla de vez en cuando, se detiene un momento aquí o allá, sin comprender nada»[6]. La vida avanza, se desarrolla, sin controlar su trayectoria salvo cuando encuentra sucesos que la amarran y cambian su curso, sobre formas felices o infelices. La vida humana no se reduce a su dimensión biológica a una  « nuda vida »[7] que se bastaría a sí misma. Pues en el humano no es suficiente con estar vivo para sentirse vivo. Para ello es preciso poderse inscribir en el deseo del otro. « Ningún hombre es una isla », dijo John Donne. Los profesionales sanitarios no tratan solamente con los pacientes. La presencia del entorno es fundamental cuando se está enfermo, es nuestra condición de vida. Los profesionales experimentan a menudo la dependencia del enfermo en ellos. No es raro que los pacientes testimonien de la disminución de la angustia que induce la hospitalización. Es gracias a las relaciones humanas, tejidas desde el principio de la vida, que el ser hablante es un ser vivo y gozante, capaz de sentir alguna cosa entre el nacimiento y la muerte, de experimentar todas las formas de dolor y placer, a veces sin límite. Es el único sentido ofrecido a la vida humana.

Al no renunciar a nada de su hegemonía sobre el cuerpo, la medicina se confunde ahora con las ideologías económico-políticas y sociales de la época. Sin embargo, con esta pandemia, los profesionales dicen haber probado algo más. Este período ha podido ser para algunos profesionales un « paréntesis extraordinario » en el que fueron posibles un « formidable burbujeo de ideas » y un « funcionamiento milagroso ». Ha habido momentos de sufrimiento sin duda, pero también « de invención » y « de autonomización ». Reinscribiendo una forma de humanismo y de colectividad en el corazón de su práctica, estos momentos han cambiado la manera de ver su profesión, dando un nuevo sentido a su práctica. Es responsabilidad de la práctica médica decir qué concierne a su saber y qué queda fuera de su campo. La esencia de la enfermedad y del sujeto que sufre constituye la base de la medicina, no la administración y la dirección de las vidas humanas. En el momento de desconfinamiento, cuando la vida se recupera y la naturaleza sigue su ciclo, la fase abierta por la epidemia invita a repensar la práctica médica, en nombre de la ética del ser hablante. Ésta se apoya sobre una concepción de la vida humana y del enfermo en la que la dimensión relacional es insoslayable. El lazo de palabra es indispensable, como la respiración.

*Caroline Doucet es psicoanalista en Rennes, Profesora asociada del Departamento de Psicoanálisis Paris 8, Miembro de la Ecole de la Cause Freudienne (Francia)

[1]Caumes, E., Mailler M., « Tengamos cuidado de no caer en una reacción social y política enfermiza, viroinducida », Tribune Le monde, 15/04/20.

[2]Agamben, G., « La epidemia muestra claramente que el estado de exepción ha devenido la condición normal », Le Monde, 25 mars 2020.

[3]Canguilhem, G., La connaissance de la vie, Bibliothèque des textes philosophiques, Paris, Vrin, 2015, p. 88.

[4]Biagi-Chai, F., Un réel dont la réalité est le nom, Lacan Quotidien, n°882, 20/04/2020 ;

[5]Milner, J.C., La règle du jeu, Séminaire Internet, Avril 2020.

[6]Lacan, J., Intervention à l’Université Johns Hopkins, Baltimore, 18-21/10/1966.

[7]Agamben, idem.