por Silvia Grases

Comentario del artículo

LA JUNTA DE ANDALUCÍA CONVIERTE EN LEY LA LUCHA CONTRA LA OBESIDAD Y EL SOBREPESO.

https://www.eldiario.es/andalucia/Ley-Vida-Saludable_0_727577310.html

El proyecto de ley que la Junta de Andalucía aprobó a inicios de este año para la promoción de una vida saludable y una alimentación equilibrada nos convoca a preguntarnos qué está sucediendo hoy para que un tema como la alimentación sea objeto de debate gubernamental. Y no en su aspecto de derecho básico, como el derecho a la vivienda o a la sanidad. Lo que esta ley pone de manifiesto es que la “alimentación equilibrada” peligra. Es decir, que en la sociedad se ha expandido una forma de alimentación desregulada, sin límites, donde resultan menoscabadas las orientaciones que funcionaban basadas en la tradición, la cultura, las costumbres y rituales. Estos aspectos tenían valor y actuaban tanto como orientaciones como límites en relación a lo que se puede comer o no, de qué manera, en qué cantidades, etc. El plato “especial”, la comida del domingo, los gustos y preferencias, también resultan en buena parte abolidos en este panorama. Por el contrario, abunda la oferta masiva y desproporcionada (¿a quién no le ha sorprendido el exagerado tamaño “normal” o “pequeño” de los refrescos en ciertos establecimientos, o de las palomitas en cines multisalas?), que es en realidad una anti-oferta, en tanto no se trata de que el sujeto pueda elegir sino de que elija constantemente, es decir, que consuma constantemente, empuja a producir una bifurcación de las respuestas de los sujetos: o se sitúan en el rechazo –posición anoréxica- o se sitúan en la sumisión –obesidad. O, en cualquier caso, se debaten continuamente entre ambas. De todas formas, ninguna de estas posiciones queda por fuera del imperativo de gozar de nuestra época.

Este imperativo de gozar se ha ido instalando en nuestra sociedad. Es importante advertir que no se trata del derecho a gozar, sino de un imperativo. No hay elección posible, hay que gozar. Hay que pasárselo bien, comprarse cosas, usar la tecnología, consumir a todos los niveles. De ahí sus efectos terribles en los diversos ámbitos de la vida, y la alimentación no podía escapar de ellos.

Entonces, defender por ley una “alimentación equilibrada” es una respuesta ante la expansión absoluta en la esfera alimentaria del eslogan que una conocida marca de refrescos acuñó años atrás, el ya mítico Enjoy, invitación que la exacerbación del discurso capitalista ha logrado transformar, de forma perversa, en: ¡disfruta! o ¡goza! Por eso hoy, por las consecuencias que se derivan (problemas de salud, mayor gasto sanitario), se ha vuelto urgente para los gobiernos plantearse qué hacer frente al imperativo de gozar en el que está inmersa nuestra sociedad.

Si aquí interviene la ley no es solo porque la sociedad ha llegado a un extremo, cuanto menos, surrealista. Tener que regular por ley que los menús sean saludables, así como los tamaños y cantidades, ciertamente lo es. Pero es que ante el imperativo del goce el sujeto solo tiene la defensa de su deseo, y las personas andan un poco flacas de este en estos tiempos. Para que el deseo surja, ha de poderse dar la experiencia de la falta, y sin embargo, vivimos tiempos de saciedad a todos los niveles. Algo ha de faltar para que el sujeto lo anhele y se disponga a buscarlo, para que se ponga en marcha. Solo entonces podrá hacerse un poco menos súbdito del goce, porque habrá encontrado una buena manera de anudarlo con el deseo. Es decir, su deseo será el instrumento de goce y también timón.  Podrá disfrutar, gozar, en la medida en que su deseo lo ponga en marcha en un proyecto, por ejemplo. Porque uno regula más fácilmente la comida si lo está esperando algo que quiere hacer, mientras que aumenta el riesgo de quedarse enganchado comiendo cuando no hay deseo por otra cosa.

 

No hace mucho una madre me hablaba del tremendo esfuerzo que le suponía educar a sus hijos en este sentido, sostenerse en ofrecerles una merienda tradicional la mayor parte de días de la semana, en vez de bollería, o chuches, que limitaba a un par de días por ejemplo, cuando a su alrededor no es lo habitual. En este sentido, lo que la sostiene es apelar a su autoridad como madre, apoyada en su deseo, a pesar de las dificultades. Porque la auténtica regulación es siempre subjetiva y se sustenta en el deseo del sujeto. Si esto falla, quedamos librados a las consecuencias más nefastas y solo queda el recurso a una regulación desde fuera, por la vía de la ley, como muestra ser el caso hoy de las políticas alimentarias.

Silvia Grases es Psicóloga, psicoanalista. Miembro de la ELP (Escuela Lacaniana de Psicoanálisis) y de la AMP (Asociación Mundial de Psicoanálisis). Especialista en trastornos de la alimentación.