por Victoria Vicente*

Cualquier noticia sobre la muerte de un joven impacta.

El suicidio de un adolescente es un acto ante el que ni pensamientos ni palabras  son suficientes para  abordarlo .

En esta ocasión , la noticia del suicidio de esta joven  –cuyo titular Muere por voluntad propia una joven de 17 años víctima de abusos sexuales con depresión –  sitúa la patología mental –la depresión, el estrès postraumático, la anorexia- , en el lugar de la causa. Ningún ideal – el futuro, el  bienestar- sirve para contener y dar forma al sufrimiento de seguir viviendo.

Pero quizás lo particular de este suceso  sea  el deslizamiento producido entre los términos suicidio y eutanasia, aunque con posterioridad esta última haya sido  negada,  por varias razones :  primero porque parece reducir  la enfermedad mental a un puro mal funcionamiento del organismo, borrando  en su totalidad la economía subjetiva del sujeto que habla  y  en segundo lugar, porque ha abierto el debate en  una dimensión  radicalmente nueva ya no centrada en el no querer vivir sino en  el derecho a morir. 

Quisiera entonces resaltar, más que entrar en la consideración de los suicidios adolescentes, lo que la noticia de esta joven   ocasiona en el lector : una sensación compleja entre la perplejidad y el dilema ético.

Averiguamos por esta noticia los años de sufrimiento vividos por esta joven desde un acontecimiento traumático ocurrido cuando era niña. Adentrarse un poco mas en otras noticias surgidas en torno al tema y vislumbramos un tiempo largo de asistencias médicas y terapias a las que se vio sometida.

El acontecimiento traumático es el acontecimiento que no llega a constituirse como un síntoma, agujero imposible de subjetivar. Pero la joven utilizó la escritura primero elaborando un libro autobiográfico y después utilizando Instagram como una ventana en la que explicar sus padecimientos, pasando a letras ese malestar para un espectador múltiple. Es allí, en la ventana de Instagram en donde había formulado un enunciado preciso : sigo respirando pero no estoy viva.

¿Qué leemos ahí? La manera de transmitir la fragilidad de su  anclaje a la vida.

Leemos la disyunción total entre los intereses del ser vivo , en tanto supervivencia, y ese algo que lo habita y lo destruye. Estar vivo como organismo no es equiparable al sentimiento de vida del sujeto.

La pregunta entonces es cómo intervenir ¿Cuidando el cuerpo, la nutrición? El caso de esta joven abre un profundo debate en torno a los tratamientos terapéuticos y la capacidad para brindar un sostén y un acompañamiento ante el dolor de existir.

Pero propongo otro hilo a esta lectura que puedo formular de la siguiente manera : ¿desde dónde se toma la decisión? La noticia desde un ángulo intenta reducir el gesto a la suma de trastornos mentales, es por la depresión, la anorexia,  que el acto cobra sentido.

Por otro lado, podemos decir que el gesto, que es un acto, reivindica la decisión subjetiva más allá del listado de las patologías. Jacques Lacan denomina acto a lo que apunta al corazón del ser.

En el salto de la escritura en Instagram al pasaje al acto ¿dónde está entonces el espectador? Parece que el espectador está ahí en todo momento pero en el acto el espectador ya no está. Esta cuestión es  desde un aspecto clínico muy interesante porque nos hace entender, por un lado, la diferencia entre el suicidio como impasse y el sucidio como acto y, por otro lado, podemos plantear la hipotesis de una cierta mutación del espectador en sí mismo porque  atravesado  el marco de la ventana de Instagram,  solo queda  la destrucción  del escenario y  la separación radical del Otro.

Pero la decisión de esta joven  se debate ahora en todas las partes del mundo.

*Victoria Vicente es psicoanalista (AME) miembro de la ELP y la AMP. Psicóloga clínica CSMIJ Hospital Parc Taulí