por Luis-Salvador López Herrero*
«Los médicos ya no quieren vernos». Esta noticia aparecida en uno de los canales de difusión forma parte de los efectos emocionales acaecidos durante la pandemia y su medida estelar, el confinamiento generalizado, en el mundo psíquico de nuestros ciudadanos. Si la medida buscaba evitar el contagio, así como el control de la enfermedad, su inercia ha permitido la adecuación de la práctica médica a través de diferentes dispositivos tecnológicos en curso. Un aspecto que, por otra parte, estaba ya muy presente en la mente de los gestores de la salud, dado el alto aumento en la demanda de los servicios sanitarios, la escasez de profesionales o la dificultad para llevar a cabo propuestas audaces, capaces de afrontar el impacto sanitario en un mundo tecnológico implacable. Pero como «no hay mal que por bien no venga», la necesaria ausencia de consultas presenciales por el coronavirus ha servido de estímulo para imaginar un nuevo escenario del encuentro bajo un prisma más tecnológico. Lo cual tendría toda una serie de consecuencias en el contexto de la relación médico-paciente. Y claro, la queja de alguno de ellos, muy emotiva y franca, en su delación de falta de amor, no se ha hecho esperar.
En realidad, la invasión de la tecnología en el campo médico ha sido un hecho imparable a lo largo de todo el siglo XX, como consecuencia del empuje de la técnica en todos los ámbitos de nuestra sociedad de consumo. Lo que empezó en el ámbito del diagnóstico o de la terapéutica, ha ido colonizando más tarde los demás ámbitos de la Medicina. Pero el choque más reciente ha sido su introducción en la consulta a través de la presencia de la informática, y ahora, en la propia práctica, mediante el señuelo de la voz telefónica o de la futura telemedicina, que ahuyentarían aún más la presencia del cuerpo. Lo cual, todo hay que decirlo, forma parte de un escenario virtual que, desde hace años, viene imponiéndose con suma obediencia por los ciudadanos y diferentes ámbitos sociales (producción, ocio, cultura, encuentros…), de forma imperativa. ¿Por qué entonces no iba a suceder también en el contexto de la relación médico-paciente? ¿Por qué no habría de verse interferido nuestro encuentro con todos estos artefactos tecnológicos también? Lo extraño, verdaderamente, es que esta intromisión no se haya planteado mucho antes. Tal vez por el atraso ancestral que nuestro país aún arrastra sutilmente con respecto al empuje incontrolable de la Hipermodernidad y sus objetos.
Luego la pandemia y el confinamiento han sido la oportunidad, el marco para poder pensar y plantear ahora una «nueva» Medicina, que modificaría, en un futuro nada lejano, todo lo conocido hasta ahora, aunque aún esté por perfilar tanto la forma como sus tiempos. El problema, con el que vengo lidiando desde el comienzo de mi práctica y del que ahora se hace eco la queja de algunos de los enfermos, es que, sin presencia corporal, sin encuentro físico, el alma palidece, se esfuma. De ahí el malestar de nuestros pacientes al no encontrar, en ese caso, un asidero «real» en el que apoyarse. Y este es el meollo de la cuestión a interrogar en el supuesto cambio de escenario.
Me consta que mis compañeros han recibido la noticia con división de opiniones. Para algunos, es la oportunidad para conseguir que sólo acudan a las consultas aquellos que, desde un punto de vista estrictamente médico, precisan asistencia. Son los más técnicos, es decir, los que evalúan la práctica desde una perspectiva metodológica y cuantitativa «basada en la evidencia» de los datos o de las simples imágenes. Otros, mucho más fieles a la antigua tradición, siguen creyendo que la presencia del cuerpo es capaz de aportar una información que ningún aparato puede remedar, que la viva voz y su entonación pueden aproximarnos a ciertos diagnósticos con un mayor grado de verosimilitud que cualquier prueba técnica, que la aparición del cuerpo y de la palabra nos acercan mucho más a esa máscara llamada «persona» que cualquier máquina de apoyo. Son los más artistas. Y entre ambos profesionales, técnicos y artistas, debería de establecerse un puente, una ligazón con esta «nueva» Medicina que avanza imparablemente, nos guste o no.
Ahora bien, conviene matizar que no hay auténtica práctica médica sin magia, hechizo y sugestión, que es, precisamente, lo que muchos de nuestros pacientes ansían conseguir cuando vienen a vernos, aunque sin saberlo. El problema es que, para muchos médicos, todo este aspecto de nuestra historia, de nuestro atávico quehacer profesional, ha sido olvidado. De ahí la necesidad de ese encuentro físico para nuestros pacientes, pero también para nosotros, los profesionales. Luego no se trata de negar la técnica en la práctica médica sino de manejarla, de hacer un buen uso de ella, y no de ser un mero esclavo o un instrumento de su designio fatal. Sin embargo, se necesita mucha preparación en disciplinas de corte humanístico, entre otras el psicoanálisis, para no quedar subjetivamente anulado por el impacto de una técnica cada vez más poderosa y alienante, en todos los sentidos. Algo que exigirá, por parte de las administraciones, velar por la formación de los profesionales en todo aquello que favorezca su posición como artistas, que es lo que, verdaderamente, otorga un valor creativo a nuestra querida como ancestral profesión.
Por eso no me que cansaré de anunciar que el día que no vengan los pacientes a nuestras consultas, es cuestión entonces, de poco tiempo, que nosotros tampoco estemos allí.
*Psicoanalista. Miembro de la AMP: (ELP)
Fuente: https://zadigespana.com/2020/05/28/coronavirus-la-nueva-medicina/