por Silvia Grases [1]

Una anécdota protagonizada por el Dr. Gregorio Marañón, conocido médico humanista español (1887 – 1960), ha sido el punto de partida del trabajo de una sesión especial de carácter abierto del Taller de “La Paraula en Medicina” de la Sección Clínica de Barcelona – Instituto del Campo Freudiano (SCB-ICF), celebrada recientemente en Barcelona con la participación de nuestra colega brasileña Cristiane de Freitas[2].

Paso a relatar la anécdota – hay que decir que se encuentra relatada en diversos lugares con pequeñas variaciones -. Se refiere a una ocasión en la que le preguntaron al Dr. Gregorio Marañón, cuál era, de entre todos los avances técnicos de mediados del siglo XX, el que consideraba más importante para diagnosticar y tratar a los enfermos. La respuesta del Dr. Marañón fue: “La silla”.

Vale la pena aclarar que como esta anécdota está relatada en diversos lugares, encontramos variaciones de predicado, por así decir. Por ejemplo, la que tomamos para nuestro trabajo preparatorio fue “la silla, para sentarse a escuchar lo que tienen que decir”. Pero hay pequeños cambios en la redacción de estos predicados o complementos, por ejemplo, “La silla, que nos permite sentarnos al lado del paciente, escucharlo y explorarlo”.

Resalto esta cuestión porque nuestro trabajo previo ha partido de abrir preguntas sobre qué querría decir esta respuesta de “la silla”.

En primer lugar, esta anécdota capta un punto de inflexión, de cambio. Un momento en la historia de la medicina y de la relación entre el médico y el enfermo en que se ha abierto una diferencia entre una medicina con el acento puesto en la tecnología y una medicina que da valor a la palabra. Si entendemos que se trata de orientaciones diferentes hemos de asumir que también implican maneras diferentes de pensar y entender el cuerpo, de lo que se derivan múltiples consecuencias. Entonces, ¿cómo situarse en relación a estas formas de pensar y ejercer la práctica clínica? Y ¿cómo entender la respuesta del Dr. Marañón en relación a que, frente a avances técnicos de indudable valor en el campo médico, la silla seguía siendo para él el mejor instrumento de diagnóstico y tratamiento?

Puedo decir ahora que creo que esta anécdota funciona como un witz, un chiste, es decir, que sigue su estructura y produce sus efectos. Como en el chiste, la respuesta del Dr. Marañón produce sorpresa, al tiempo que un efecto, si no de risa, sí gracioso, de cierta comicidad. Ciertamente, la respuesta del interpelado, cuanto menos, sorprende. No es lo que uno se esperaría. De esa forma, produce un efecto cómico.

Tomar la estructura del chiste como referencia nos permite captar que, tal como sucede en el chiste, la respuesta del Dr. Marañón consigue dejar el sentido en suspenso. Al mismo tiempo, produce una satisfacción pulsional -la risa, la comicidad – lo que verifica que algo de la pulsión, para decirlo en palabras de Freud, o del goce, en términos de Lacan se ha tocado.

Es decir, que se ha ido más allá del juego significante, del sentido de las palabras, para dejar este sentido en entredicho. El sentido es puesto entre paréntesis, de forma que algo de otro orden, pulsional, habitualmente velado, queda, al menos por un instante, al descubierto. De ahí la conexión que Freud establecía entre los sueños, los lapsus, los actos fallidos, los chistes y los propios síntomas, considerados todos ellos como producciones inconscientes.

Entonces, esta anécdota que apunta a la cuestión fundamental de la relación médico-paciente, nos despierta, nos anima a preguntarnos qué es efectivamente lo fundamental que se juega en ella.

Esto fundamental se jugaría en esa “modalidad completamente nueva de la relación humana”[3] tal como Lacan nombró el campo discursivo fundado a partir del acto de Freud cuando este consintió a la escucha a la que lo conminó una paciente histérica[4]. De esta forma, ante “el número infinito” de “agentes terapéuticos nuevos” con que “el mundo científico” llena las manos del médico, Lacan nos orienta hacia “la demanda” como aquello que va a diferenciar al técnico del médico en tanto clínico, y que le va a permitir orientarse ante la pregunta sobre dónde se sitúa “el límite en que el médico debe actuar y a qué debe responder”[5].

[1] Psicoanalista, miembro de la ELP y de la AMP.

[2] Bajo el título de “La silla, el mejor instrumento del médico”, tuvo lugar en Barcelona el 8 de marzo de 2019 una sesión abierta del Taller de “La Paraula en Medicina” de la Sección Clínica de Barcelona – Instituto del Campo Freudiano (SCB-ICF). Los días previos al encuentro se realizó un trabajo preparatorio con los inscritos al taller, y el día de la sesión Cristiane de Freitas -psicoanalista, médico, miembro de la EBP y de la AMP– pronunció una conferencia en torno a este tema. Este texto recoge, en parte, la presentación que fui invitada a hacer de esta sesión por parte de las responsables del Taller, Carolina Tarrida y Araceli Teixidó.

[3] J. Lacan, Consideraciones sobre la histeria, EUG – Editorial Universidad de Granada- ICF en Granada, Granada 2013, págs. 23-24.

[4]Y hete aquí que [la paciente] me dice, con expresión de descontento, que no debo estarle preguntando siempre de dónde viene esto y estotro, sino dejarla contar lo que tiene para decirme. Yo convengo en ello, y prosigue sin preámbulos…”. S. Freud, “Señora Emmy Von N.” en Breuer y Freud, Estudios sobre la histeria, Amorrortu, BBAA 1987, pág. 87.

[5] J. Lacan, “Psicoanálisis y Medicina” en Intervenciones y textos 1, Manantial, BBAA 2002, pág. 90.