por Kepa Torrealdai*

Comentario a la noticia: El 40% de los médicos no busca ayuda para sus problemas mentales.

https://www.redaccionmedica.com/secciones/medicina/el-40-de-los-medicos-no-busca-ayuda-para-sus-problemas-mentales-3520

En el artículo citado se habla de que en Estados Unidos una licencia puede ser revocada por un diagnóstico médico, en este caso por un diagnóstico de salud mental. En aras de la seguridad y el higienismo los médicos quedan acorralados ante el afán evaluatorio. Ante la espada y la pared el 40% no piden ayuda psicológica, teniendo en cuenta la alta tasa de ansiedad y depresión que afecta al colectivo.

Podríamos decir que los galenos estamos en riesgo de ser devorados por la misma máquina que hemos creado y alimentado. Este afán evaluatorio y etiquetador que está sufriendo la medicina en sus diversas especialidades es más sangrante, aún si cabe, en lo que a la salud mental respecta. Una vez que la subjetividad ha sido expulsada del campo de la medicina, queda el organismo y el desequilibrio neurotransmisor como único mapa de un territorio desconocido. Siempre hubo una diferencia entre el mapa y el territorio, nunca coinciden. Y si además nos confundimos de mapa, la desorientación está garantizada.

En este caso el terreno tiene que ver con escuchar las palabras de los angustiados y los deprimidos, cosa para la que ya no hay tiempo. Depresión y angustia que azota de manera especial al sector médico, quizá por la dificultad de nuestro trabajo, por tener que lidiar con la muerte, por la pérdida del deseo o por tener que responder de manera certera a un margen de incertidumbre que nunca se iguala a cero.

Así el diagnóstico psiquiátrico se traduce en índice de segregación e inhabilitación, en este caso para los propios médicos, activos en esta tarea etiquetadora. Auténtico callejón sin salida en el que no piden ayuda para no ser diagnosticados y marcados con las subsiguientes consecuencias de pérdida de su licencia y empleo.

Primar el afán evaluatorio, el afán etiquetatorio sobre la clínica tiene sus consecuencias. Sobre todo en lo que respecta a las enfermedades mentales. Pone de relieve una deriva de la medicina actual en la que la subjetividad se ha obviado. La etiquetación sistemática y anónima ha tomado el mando, en aras de un supuesto rigor científico aséptico, que podemos acuñar como cientificismo, falsa ciencia. Y claro, los propios médicos no podemos escapar de la máquina que hemos puesto en marcha, una máquina que siempre pide más. Que se alimenta de la proliferación de nuevos diagnósticos y subdiagnósticos. Si abrimos el DSM V todos estamos en riesgo de ser evaluados, etiquetados, en una taxonomía cada vez más fina. Y la cuestión es que dicha clasificación y evaluación carece de orientación clínica. No tiene una repercusión clínica de calado.

Recuerdo mi propio furor diagnóstico cuando todavía estaba en la carrera de medicina y un amigo me señaló la fatuidad de este ímpetu clasificador. Se trató de un chiste: “El paciente murió diagnosticado”.

Es la pérdida del enfoque del médico ante la subjetividad del paciente. Se prioriza la etiqueta sobre la clínica y los efectos pueden ser infaustos.

¿Qué salida queda para el médico deprimido o angustiado que teme por la pérdida de su puesto de trabajo?

* Kepa Torrealdai es médico de atención primaria, psicoanalista