Hemos recibido cuatro comentarios que pueden leer a continuación: Araceli Fuentes, Javier Peteiro, Elisa Giangaspro y Cristina Domingo nos envían sus reflexiones sobre la cuestión de la presencia del médico.

Comentarios

Un pequeño comentario sobre el texto que nos envía Santiago Castellanos: creo que es muy importante que, como hace Santiago en este caso, el médico pueda respetar la decisión de un sujeto que va a morir, que quiere saber y que tiene derecho a decidir cómo quiere morir. No se trata sólo de la presencia sino del respeto a la decisión de ese sujeto. Creo que no es poco y es fundamental.

Araceli Fuentes

El caso que describe Santiago es especialmente llamativo. Una demanda inhabitual, ya que uno puede pedir la muerte pero no la retirada de la analgesia, incluida en esa totalidad farmacológica a que se alude. El caso, indicando que el enfermo falleció “sin síntoma alguno”, resalta que el dolor y el sufrimiento son dos grandes incógnitas para la práctica médica. Hay más. También son enigmáticas las raras regresiones espontáneas de tumores, por ejemplo. Y lo es, en general, entender por qué uno enferma, ya que las relaciones de causalidad en el ámbito etiopatogénico suelen ser opacas.

Situaciones así hacen que la práctica clínica no pueda deslindarse de la personalidad de quien la ejerce ni de la del enfermo. El saber tecno-científico al que se refiere Santiago va íntimamente ligado a lo cuantitativo y es ese propio saber el que se acompaña de la obsesión biométrica que impide ver muchas veces lo que debiera ser más visible, lo cualitativo, lo singular.

Se dice en el párrafo de Szczeklik: “queda la presencia”. Puede que baste con eso, incluso con una presencia silenciosa, siendo su falta lo que más se notaría al final. Todos moriremos solos, pero esa soledad radical puede paliarse por una compañía aparente del médico, que no nos librará de irnos muriendo pero que, al menos, será nuestro espectador, el último testigo “aséptico” de que alguien concreto se está yendo.

No es descartable que un sentido se construya precisamente en esos últimos días de la vida en algunas personas. A la hora de la muerte, la mera presencia del médico puede servir para esa construcción.

Dice Santiago que le conmovió esa experiencia que relata. Creo que con ella ha sido a la vez afortunado. Se ha enriquecido y nos ha enriquecido a quienes nos ha hecho partícipes de ella.

Javier Peteiro

Pienso a diferencia de Andrzej Szczeklik que la presencia no es el último deber del médico. El saber estar del médico -allí donde tiene que estar- es algo inherente a su praxis, cualquiera sea la situación que se presente en cada uno de sus actos como médico. Estamos mal preparados para saber estar y mucho más, para saber estar frente a la muerte -que pone en evidencia la finitud de la condición humana- o cuando no nos 浦汇 asiste el saber sabido para ofrecer curación. En un enfermo terminal, como es el que se relata, ¿qué sabemos de su dolor? ¿Qué sabemos a cerca de lo que quiere hacer con ese “su dolor” en el punto final de su ser hablante? Diría que los médicos no sabemos nada. Más aún, que nadie sabe nada, ni siquiera aquel que sabe que va a morirse Porque no hay saber ni imaginario posible sobre esa nada que es la muerte.

Y además, no existe un modo de aprender que no sea el escuchar y acompañar cada caso en el uno por uno. Suspender el saber, el sentido común, la propia experiencia, los protocolos de los cuidados paliativos, las identificaciones, etc es imposible para mí desde una actitud humanista y solidaria -tendríamos nuevamente “café para todos”- y pienso que sólo puede sostenerse la escucha y el saber estar en una escena como la descripta, desde el trabajo sobre el propio inconsciente y sobre el deseo que ha animado a cada uno a ser médico.

Elisa Giangaspro