por Araceli Teixidó

Comentario de la noticia:

Un grupo de científicos logra definir qué significa realmente «estar muerto»

La cuestión que propone el artículo plantea más interrogantes que certezas. Desde el psicoanálisis no deseamos cerrarlas y más bien apuntamos a orientar la reflexión.

La muerte como el nacimiento son espacios que la ciencia no puede delimitar con precisión y dependen más de la envoltura que le den los sujetos concernidos que de lo que diga la ciencia. De ahí que sea necesario hablar de ello una y otra vez. Es por este motivo que los ritos acompañan al nacimiento y a la muerte. Que el artículo reseñado considere que se ha dado con una conclusión definitiva, apunta tan solo al hecho de que, por el momento, satisface a los agentes implicados.

El psicoanálisis de orientación lacaniana  incluye esta dificultad en el registro que llama de lo real: éste determina espacios de incertidumbre en los que no hay un conocimiento disponible y se trata de una decisión, de cuestión de ética. Lo vemos con claridad en los casos de eutanasia o de aborto en que la frontera de la vida y lo que ya no sea vida se vuelve difusa.

Cuando se buscan criterios universales para delimitar el espacio que separa a una de otra, se debe elegir una referencia dentro del margen incierto. Si esta referencia es un criterio económico, se tenderá a decidir lo que convenga más a la economía – por ejemplo, lo que favorezca más al erario público o a una institución -. Ese es uno de los motivos que hace delicado conversar con las familias a las que se propone que un enfermo en situación de muerte cerebral done sus órganos.

El psicoanálisis no entra en este tipo de consideraciones sobre la exactitud de la muerte, para él siempre se trata de valorar el caso  individual a partir de los dichos bajo transferencia, así que difícilmente podríamos dar con un criterio de vida o de muerte válido para todo caso. Un caso que nos puede servir para mostrar la complejidad de estas situaciones es el de las demencias. Observamos a menudo que los familiares se dirigen a los pacientes afectados con demencia avanzada como si les entendiesen perfectamente, cuando podemos tener la práctica certitud de que no existe allí un sujeto que responda al llamado. En esos casos, se observan distintas posiciones y propuestas por parte de los profesionales: algunos se empeñan en convencer al familiar de que el otro no entiende nada, otros les acompañan en su conducta, respetan esa actitud sin añadir ni quitar nada a lo que el familiar tenga que decir. Si el psicoanalista es convocado, intenta contribuir a clarificar las situaciones con nuevas preguntas por ejemplo ¿qué dice el familiar acerca del paciente? ¿Cómo es su conducta y dichos en el resto de ámbitos? ¿Qué sufrimiento acompaña su vida en ese momento? ¿Quién era para él el enfermo? Y él mismo, ¿quién era para el otro? En esas fronteras se juega una vida que no es biológica y que no muere con esta.

El acto del médico, como el del científico, puede ser acompañado pero no substituido.

Araceli Teixidó – psicoanalista de la ELP y la AMP. Psicóloga clínica de las Unidades Sociosanitarias y Miembro del equipo de donaciones de córnea de la Unidad de Urgencias en el Hospital Sant Jaume (Calella, Barcelona).