por Kepa Torrealdai*
Jacques Lacan se adelantaba a su tiempo en 1966, en la conversación que está transcrita con el título de Psicoanálisis y Medicina. Describe cómo con el avance fulgurante de la ciencia el Médico se vería enfrentado a responder a una doble demanda, la primera que tuviera que ver con la demanda del paciente y la segunda con la demanda que viniera desde el discurso tecno-científico de la industria farmacéutica.
En la modalidad de la respuesta ante esta doble demanda es donde pudiera persistir según Lacan la posición propiamente médica.
En este caso es una demanda curiosa, una demanda de muerte, de finalización de la vida.
Sabemos que la eutanasia y el suicidio asistido en los países en los que está aceptado, hasta ahora por lo menos, solamente se indicaba en tres casos muy concretos:
- Terminalidad o fase final de la vida, causada por una enfermedad avanzada, en progresión, irreversible e incurable.
- Daño cerebral severo e irreversible (coma irreversible, estado vegetativo permanente…)
- Demencia severa avanzada, irreversible, de cualquier origen donde se pierde la capacidad de poder alimentarse de forma natural por la boca
Es decir el final de la vida planteado como eutanasia o suicidio asistido solamente era aceptado en casos en los que había un daño orgánico irreparable y terminal sin opciones de tratamiento curativo. Nadie había planteado el supuesto del dolor psicológico y el deseo de morir de una persona con las funciones orgánicas preservadas.
El dolor de existir y el deseo de muerte están ampliamente descritos desde el inicio de la humanidad, son muchos los que se suicidaron de diversas maneras ante este empuje.
Freud ya en 1920 en su texto “Más allá del principio del placer” habla de la pulsión de muerte, pulsión que se contrapone al deseo de vida. No es una pulsión anómala, enferma, que influya a los locos o a los enfermos mentales únicamente. Sino que habla de una pulsión universal que mantiene el contrapunto a la pulsión de vida en la generalidad del ser humano.
Esta pulsión de muerte aparece de diferentes maneras, como un exceso, como un tirón a franquear una línea imaginaria. La línea del principio del placer. Existe un empuje y un deslizamiento al franqueamiento de dicha línea que es trans-estructural, sucede en todas las estructuras: tanto en las neurosis como en las psicosis y la perversión. Es un empuje que si es suficientemente sintomático, finalmente puede conducir a alguien al pedido de un análisis, donde se dibujarán las coordenadas de este deslizamiento y los posibles cercados que se puedan construir para cernirlo.
Por otra parte el descubrimiento freudiano del inconsciente nos demuestra que el yo no es dueño de su casa y que las decisiones más importantes de la vida de uno ya se han tomado en otro escenario. Un escenario del que nada sabemos salvo a través de las formaciones del inconsciente como los síntomas, actos fallidos y los sueños.
Pero vivimos en la época de la modernidad líquida, en la que el objeto de consumo ha ascendido al cenit social y se promete una felicidad total para todo el mundo. Tanto, que la demanda del paciente debe ser respondida de una manera integral, sin ninguna dialectización, aludiendo al principio de autonomía del paciente. Si el paciente lo decide y firma el consentimiento, se produce una especie de fantasía sin falla, donde el engranaje tecno-científico se pone en marcha para reducir todo dolor de existir y responder a esa demanda del paciente sin ninguna oposición. En el sistema tecno-científico actual la prioridad es la satisfacción del paciente balanceado con el gasto. Así que mientras las encuestas de satisfacción sean positivas y el gasto sea compatible, se colmará la demanda del paciente.
Este enfoque supone el borramiento del sujeto del inconsciente, el rechazo de la otra escena y el automatismo de la respuesta a la demanda del paciente. En aras del progreso y de la libertad individual, una niña de 17 años decide que ya no quiere sufrir más y el sistema médico holandés lo acepta y con el consentimiento de sus padres fallece, al parecer de inanición en su domicilio. Técnicamente no se puede considerar una eutanasia activa, tampoco un suicidio asistido, puesto que no tuvo ninguna asistencia médica, ni activa ni pasiva. Podríamos denominarlo como suicidio permitido o inasistido, pero con el consentimiento paterno. Es decir, la dejaron morir en casa.
Si no retomamos la importancia del descubrimiento freudiano puede suceder que nos veamos avocados a una oleada masiva de niños y adolescentes que pidan la eutanasia, el suicidio asistido o que sus padres simplemente les dejen morir en paz como lo hizo Noa.
Es la receta final del modelo neuro-científico ante su propia falla. Ante el declive de la satisfacción total, de la felicidad total, que hubieran supuesto los antidepresivos y neurolépticos, vemos cómo persiste el dolor de existir. El no tomar en cuenta la subjetividad inconsciente nos lleva a satisfacer automáticamente la demanda de muerte del paciente psiquiátrico. Es decir, es el retorno de aquello que fue rechazado en el sistema neuro-tecno-científico. El rechazo de la falla, retorna como solución. Y vuelve como respuesta satisfactoria, respuesta de una felicidad completa que no acaba de agujerearse, y se cierra con la precipitación de la muerte. En este caso doblemente dolorosa por la edad de la paciente.
*Kepa Torrealdai es médico de familia y psicoanalista