por Araceli Teixidó **

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Si por un lado, es cierto que el ritmo que impone la organización pública de salud es difícilmente asumible y que es preciso exigir mejoras en este como en otros ámbitos laborales, también nos damos cuenta de que nos corresponde maniobrar en esta circunstancia, que no todo se acaba en la queja y reivindicación justas. Que estos son los límites que nos toca conjugar con nuestro deseo. Y, por lo tanto, hemos decidido investigar sobre la experiencia del tiempo en nuestras consultas, como veréis el asunto tiene muchas caras y no se agota en las anotaciones en la agenda y el ritmo que ésta imponga.

El discurso capitalista aliado a la ciencia, impone una temporalidad en progresión, lineal, acelerada y, al mismo tiempo vacía. Tiempo en búsqueda de una satisfacción que se espera que sea inmediata. Tiempo que no va a ninguna parte, que niega el futuro tanto como no puede volver sobre sus pasos. Tiempo de un presente que se dice que es lo único que importa, el tiempo de la satisfacción. Tiempo que niega lo imposible: nada es imposible se dice hoy. Tiempo que niega el nunca más. Se dice que si se quiere, es decir, si se desea con suficiente intensidad, se puede.

Deberemos hacer notar que el deseo es otra cosa.

Una de las preguntas que nos haremos este curso es por la apropiación del tiempo posible. Apropiarse del tiempo, ¿cómo hacer nuestro el tiempo que nos es dado? ¿Cómo manejarnos a fin de que no se nos lleve por delante la aceleración? Tenemos por un lado, la tarea de repartir el tiempo para la asistencia a nuestros pacientes y, por otro, la necesidad de encontrar nuestro ritmo ¿Cuadratura imposible? A nivel teórico, investigaremos en textos escogidos. A nivel práctico, la construcción y discusión de  casos nos permitirá explicarnos y explicar a otros como lo conseguimos, o no. Cómo nos apañamos.

Hoy en día, en medicina se practica una maniobra que supone que es posible el control del futuro: la prevención[1], el cálculo sobre el futuro y la planificación de las acciones necesarias para dominarlo. Las políticas de prevención suponen un cálculo anticipado del mal que puede acontecer y el intento de erradicarlo antes de que surja. Son la ilusión de poder calcular y controlar el futuro. De controlar los factores que intervienen en la enfermedad y en las relaciones para conseguir aniquilar cualquier indicio del goce, vale decir, cualquier indicio de  pérdida y de la solución encontrada por el sujeto. Aniquilar la pérdida. La pérdida que supone tener un cuerpo, un cuerpo que necesita espacio en el que manejarse, que necesita tiempo para  ser escuchado, para acoger el malentendido y aclarar su trama.

Y es que la vida se trama sobre el tiempo y este se crea en las interrupciones, las escansiones. Las incómodas interrupciones. Y se intenta evitar las interrupciones: que todo siga funcionando. Hoy en día, quizá como siempre, se anhela la continuidad y se sueña lo eterno.

Se reniega de lo contingente, del azar, de lo que interrumpe, lo inesperado y lo imprevisto. No son acogidos, se rechazan. El culto de la previsión organiza tareas y vida. Cuando, en realidad, es a partir de los imprevistos que se trama la vida, a partir de las respuestas que le damos, de aquello a lo que nos confronta y obliga.

No se trata de que no preveamos lo previsible, pero si que podríamos decir que conviene dejar un margen – que es una disponibilidad personal – para acoger aquello que no se puede anticipar. En realidad la vida no está hecha de lo que siempre es igual, la vida está hecha de diferencias y, especialmente, de cómo nos manejamos con ellas. Así que la vida también está hecha, quizá muy precisamente, de desajustes temporales.

También, y por el mismo motivo, se niegan las categorías de trauma y acontecimiento. De lo único e irrepetible, diferente de todo, que ocurre una vez y que tiene consecuencias incalculables. Mal objeto para la ciencia: único e irrepetible, distinto de todo y de consecuencias incalculables. Tomado por algo de carácter traumático, el enfermo llama a la puerta del profesional, no de la ciencia, y conviene que éste pueda acoger aquello de lo que la ciencia no puede decir nada. De lo que la ciencia no puede decir nada y a pesar de ello, emerge y llama a nuestra puerta con urgencia.

Lacan decía que “la urgencia es la modalidad temporal que responde a la llegada o  la inserción de un traumatismo”[2]. Cuando alguien acude con un sentimiento de urgencia ya está respondiendo a lo que le ha ocurrido y, por la urgencia, nos indica que algo le desborda y pide la restitución del orden[3]. Quien acoge debe decidir el carácter de la urgencia y eso también es responder. A veces, el hecho de que el profesional responda serenamente y con un buen manejo de su técnica, calma. Pero debemos saber que quien acude con carácter de urgencia – incluso si no se dan circunstancias objetivas que lo justifiquen – siente un imperioso empuje interior, siente una importante desestabilización. Si ésta no se calma con nuestra respuesta, deberemos valorar cómo reintroducirlo en un tiempo más sosegado. Pedirle que se calme, que debe esperar, será como decirle a un deprimido que se alegre. Si debemos hacerle esperar, será precisa alguna otra maniobra. Volveremos a ello durante el curso.

Cuando, por fin, podamos estar con él, entonces quizá será preciso darle el tiempo de volver atrás para explicarnos qué le ha pasado y porqué es urgente. Abrir el tiempo que la urgencia comprime, alargarlo. Para encontrar “todos los indicios” como dice Miquel Marti i Pol[4], de lo que es él.

Una paciente consulta en urgencias del hospital porque se ha tomado un vaso de lejía y lo ha escupido. Todas las maniobras contra el envenenamiento le son practicadas e incluso se la ingresa en el hospital porque es anciana. Será durante el ingreso que me encontrará y que me explicará que ella acudió asustada y quizá porque quería saber por qué se tomo ese vaso, si, despistadamente, pero sabiendo que contenía lejía. Es preciso poderlo escuchar, no es seguro que ella supiese que se trataba de esto en la primera consulta, es misión del interlocutor poder interpretar lo que se juega en cada consulta. Poder hablar de ello y de las circunstancias de aquellos días, liberó de la angustia de las difíciles experiencias vividas recientemente y que la convocaron a la muerte. Es anciana, no intervine más que para escuchar. Se fue llena de vida según dijo.

Entre el culto de la prevención, que intenta anular la dimensión contingente del futuro y la negación del trauma, negación que anula la dimensión del pasado, veremos desplegarse otras modalidades temporales a lo largo del curso.

Ahora bien, y para ir concluyendo: el tiempo, poder apropiarnos del tiempo, supone antes que nada, aceptar la finitud. Sin ella no hay tiempo posible.

Miller afirma que “Ya no se comprende la muerte, se rechaza incluso el envejecimiento, se sueña con hacer descender la eternidad a la tierra y en provecho del individuo”[5]. Igualmente, hoy se niega la importancia del enfermo en sí mismo y del tiempo de estar enfermo que puede ser necesario. El cuerpo, lo decía al empezar, necesita tiempo, le resulta imprescindible. El máximo rechazo de la pérdida es renegar de la muerte. Pero hacerlo supone entregarse a ella. Paradójicamente, solo nos alejamos de la muerte cuando aceptamos su existencia y cedemos al límite que impone.

En este curso, intentaremos mostrar como aceptar la finitud nos permite otras maniobras de apropiación del tiempo, volver a este problema de otro modo.

Podremos leer el tiempo de una visita, el tiempo de un caso, la longitudinalidad del vínculo con el enfermo. Hablaremos también de la espera, momento en que el tiempo puede hacer sentir su vertiente más amarga. Y comparando el tiempo cronológico con la lógica del tiempo, introduciremos al profesional y su acto. No libres de angustia[6].

Querremos escuchar casos en los que se dé la urgencia subjetiva del paciente o del profesional también, casos en los que se despliegue el tiempo del duelo, y otros en que sea preciso el tiempo de comprender o en los que se intelige la magnitud del trauma y la detención que supone o casos en los que el pasaje al acto comprima el tiempo. También sería interesante poder hablar de los efectos de las políticas de prevención en vuestros pacientes si las habéis podido colegir.

¿Cómo maneja el tiempo en la consulta cada uno de los que estáis aquí? ¿Qué visitas alargáis más y por qué? ¿Qué visitas hacéis más rápidamente? Será necesario volver atrás, sobre los pasos, para leer en las elecciones tomadas el rastro del deseo que empuja.

*Charla realizada por Araceli Teixidó el 8 de noviembre de 2019 en la reunión inaugural del Taller de la Paraula en Medicina 

**Araceli Teixidó es psicoanalista miembro de la ELP y la AMP, coordinadora del Taller de la Paraula en Medicina

 

[1] Laurent, E. «L’avenir d’une illusion: le culte de la prévision.» Editado por Fédération

Européenne des Écoles de Psychanalyse. Révue Mental, 2009: 39-50.

[2] Miller, J.-A., El ultimisimo Lacan Paidós. Buenos Aires, 2014 Pàg. 19

[3] Belaga, G.A. “Presentación. La urgencia generalizada. La práctica en el hospital” en  La urgencia generalizada Grama ediciones. Buenos Aires, 2004

[4] Martí Pol, M. Suite de parlavà al dossier del curs.

[5] Miller, J.-A. El carnaval de los miedos Le Point http://ampblog2006.blogspot.com/2008/12/jam-le-point-dic2008.html

[6] Laurent, E. Op. Cit.