por Belén Maside*

TH6 le propone este texto para su comentario**:

“Una vez más empezó la auscultación y, bien ante el enfermo o en otra habitación, comenzaron las conversaciones significativas acerca del riñón y el apéndice y las preguntas y respuestas, con tal aire de suficiencia que, de nuevo, en vez de la pregunta real sobre la vida y la muerte que era la única con la que Ivan Ilich ahora se enfrentaba, de lo que hablaban era de que el riñón y el apéndice no funcionaban correctamente y que ahora Mihail Danilovich y el médico famoso los obligarían a comportarse como era debido.

El médico célebre se despidió con cara seria, pero no exenta de esperanza. Y a la tímida pregunta que le hizo Ivan Ilich levantando hacia él ojos brillantes de pavor y esperanza contestó que había posibilidad de restablecimiento, aunque no podía asegurarlo”.

Tolstoi, La muerte de Iván Ilich. Jadzhí Murat. Madrid: Alianza Editorial; 2001

 

COMENTARIO de Belén Maside

La sociedad, en sus continuos cambios en el curso del tiempo, va transformando su relación con la enfermedad, la figura del médico y la actitud ante la muerte. Nos encontramos constantemente con el padecimiento físico, la afección en el cuerpo y con la proximidad real de la muerte. El antiguo médico, quien ocupaba un lugar sagrado, junto con el sacerdote y la familia del enfermo, eran los encargados de asistir al moribundo, acompañándolo en el tránsito, cumpliendo también una función moral. Con los avances de la medicina comenzó a otorgársele un lugar importante al diagnóstico y “al especialista”. El imperativo del curar separa también al paciente de su dolor, de su pregunta. Se le observa clínicamente, se mensura siguiendo las indicaciones de los protocolos médicos, pruebas y topografías. El decir y la demanda del sujeto quedan relegados.

Ante enfermedades graves, con riesgo de muerte, se aísla al paciente de su entorno familiar, tal y como vemos en el texto magistral de Tolstoi; situación que favorece que el sujeto sea despojado de su responsabilidad, de su capacidad de discernir sobre su vida o sobre el final de la misma. La negación actual ante la enfermedad irresoluble, como consecuencia de los avances de la ciencia, nos ofrece la ilusión de la eternidad, la fantasía de inmortalidad a la que eludía Freud: “en el fondo nadie cree en su propia muerte”. Con la implementación de tratamientos para prolongar la vida, es quehacer del psicoanalista darle la posibilidad al paciente de situar el tiempo de la decisión, que siempre le concierte al sujeto, aun cuando se encuentre al borde de la muerte: se trata de la elección de vida aún en el tiempo de la cercanía de la muerte orgánica.

Tiempo de pausa, oportunidad de ocupar un lugar, otorgándole a la palabra su eficacia, donde cada paciente será escuchado en su singularidad, como un sujeto que siempre tiene algo que decir. El practicante en psicoanálisis presta su cuerpo, apuesta por el encuentro con el sujeto, independientemente del lugar. ¿Perder el tiempo? Ese saldo de tiempo y de saber, es la postura ética del psicoanálisis.

 

*Belen Maside es enfermera especialista en Salud Mental, CHUAC (Complejo Hospitalario Universitario A Coruña). Miembro del CEA (Comité Ética Asistencial), CHUAC. Socia SCF Galicia

**En el espacio preparatorio hacia el encuentro «TENEMOS QUE HABLAR 6» – que enviamos a través del Boletín – nos acompañamos de citas, fragmentos literarios, producciones artísticas. Contamos especialmente con los comentarios de diversos colegas en relación a las preguntas y fragmentos de textos que les hemos propuesto. Esperamos que sus palabras produzcan en cada uno resonancias que nos pongan al trabajo y que podremos compartir en el encuentro.

***Imagen: Last Conversation Piece, Juan Muñoz