por Claudine Valette-Damase*

ORIGINAL EN FRANCÉS

“No todos morían, pero sí que estaban aquejados”

Fábula de Jean de la Fontaine “Los animales enfermos por la peste”

La infección por coronavirus provoca la enfermedad del COVID 19 e implica un elevado riesgo de sufrimiento y mortalidad para las personas vulnerables, en particular para las de edad avanzada. No existe ningún tratamiento específico para esta enfermedad, responsable de una catástrofe sanitaria sin precedentes. A causa de ella los gobiernos se han visto obligados a establecer, en el mundo entero, el distanciamiento entre los cuerpos, con un único medio de gestión de la “crisis sanitaria” que ha provocado: el confinamiento. Con esta crisis todo el mundo se ve confrontado con “lo imposible de soportar”. Lo real[1] golpea sin piedad y se mete en medio de la buena marcha del mundo que acaba por desorientarse.

Un extracto de un texto de Freud de 1915, “De guerra y muerte. Temas de actualidad”, apunta precisamente a ello.

“Envueltos en el torbellino de este tiempo de guerra [Primera guerra mundial], conformados a una información unilateral, sin la suficiente distancia respecto de las grandes transformaciones que ya se han consumado o empiezan a consumarse, y sin vislumbrar el futuro que va plasmándose, caemos en desorientación sobre el significado de las impresiones que nos asedian y sobre el valor de los juicios que formamos. (…) Hasta la ciencia ha perdido su imparcialidad exenta de pasiones”[2].

Aunque no haya llegado aún el momento de sacar las consecuencias de esta pandemia, es sin embargo importante constatar que los cuerpos de los seres hablantes se han quebrado, que los discursos que mantienen a los hombres conjuntados se encuentran totalmente desorientados y que la relación del hombre con la verdad se halla en un momento de estancamiento.

En el primer plano de esta lucha, el pensamiento científico, con sus cifras, con la pormenorización de los estudios, ya sea de los más serios o de los más descabellados, y con las recomendaciones, asalta a cualquiera con informaciones paradójicas que aportan más angustia que información e inquietan tanto al público como a los investigadores.

El discurso político, desorientado por la situación sanitaria, se apoya en esos datos para dar respuesta al grado de las complicaciones hospitalarias, económicas y médicas a las que debe enfrentarse. Órdenes y contraórdenes, que en Francia hacen referencia al uso de la mascarilla y a su escasez, constituyen la primera plana de los medios. No pasa un solo día sin oírlo continuamente.

Pero la medicina no es completamente científica, la clínica médica también es pragmática y relacional. Esta catástrofe pandémica saca a la luz, más que nunca, la confrontación del ser hablante respecto de su relación con la cuestión del ser, de la existencia. Tropieza con la negación de la propia muerte en nuestra civilización.

La “misión” del clínico orientado por el psicoanálisis “es hacerle la contra”[3] a lo insoportable de lo real sin ley en el uno por uno.

Dos encuentros surgidos en mi práctica, durante el tiempo de confinamiento, han permitido que el tratamiento colectivo de esta oscura pandemia diese lugar a un halo de luz.

Una señora de más de 90 años, aislada a causa del confinamiento, decidió “hablar con un psi”. Planteó su demanda por teléfono de la siguiente forma: “Ya no tengo visitas y algo da vueltas en mi cabeza. Dado que tengo mucho miedo de morir de coronavirus a causa de mi edad, no quiero irme llevándome lo que me tortura”.

Desde la primera entrevista tomó la palabra de forma decidida para hablar de la muerte de sus dos maridos y rápidamente, a continuación, de su infancia desdichada. Aunque querida por su madre, fue rechazada por la familia de esta y por la escuela, donde fue tratada de “bastarda”. Esta palabra, que jalona su discurso, nunca dejó de atormentarla, fue su destino.

El psicoanálisis ofrece, a aquel que consiente a tomar la palabra, la salida al estancamiento que su destino le asigna.

La paciente, hija ilegítima de una pareja adúltera, fue educada por su madre sola, amante de un hombre, el padre de la paciente, que llevaba una doble vida entre su familia oficial y la secreta. Ese padre tuvo diversos hijos legítimos, entre los cuales una niña nacida el mismo año, con un mes de diferencia con la paciente. Llevan el mismo nombre para que no se confundiese al nombrarlas. Hasta la muerte brutal y prematura de la madre, cuando la paciente tenía 16 años, su padre le hizo visitas regulares y secretas. Tras el fallecimiento dejó de ocuparse de ella y fue finalmente acogida por la abuela materna, que también murió muy poco después.

Por ese tiempo conoció a un joven perteneciente a la alta burguesía, se enamoraron locamente y él quiso desposarla. Ella renunció a causa de su origen.

Se trató, entonces, para ella de exponer el cambio que sufrió su vida al final de la Segunda guerra mundial, cuando cedió en su deseo al renunciar a ese “gran amor”.

Con ocasión de una conversación telefónica con Matilde, de 5 años, surgió la sorpresa. Su madre, que está en análisis conmigo desde hace varios años, me telefoneó muy angustiada para decirme que había tenido que llamar al Servicio de urgencias, dado que su hija se había puesto a aullar a causa de un dolor en el corazón. Alarmada, pensó inmediatamente en el COVID 19. El equipo médico no encontró nada anormal. El médico habló con la hija y con la madre e hizo notar que la niña, bajo régimen de custodia alterna, no había vuelto a casa de su padre, ni lo había visto, desde hacía cinco semanas. El padre solo le había devuelto sus llamadas en dos ocasiones.

La madre me explicó que el padre estaba confinado en casa de su amiga, a tres horas de camino. Fue precisamente a causa del encuentro con esa amiga que se produjo el divorcio. El padre, mantenido al corriente de lo ocurrido a su hija, casi no se conmovió. La madre estaba desamparada y su hija muy enfadada, pero no quería decirle porqué.

Habiendo ya tenido una entrevista con Matilde, tras la defunción de uno de sus compañeros de clase, le propuse a la madre una charla por teléfono con ella. La niña estuvo de acuerdo. Sin ambages, me dijo: “Sentí un gran dolor en el corazón, pero no fui al hospital a ver al doctor. Mi papá me ha abandonado para vivir con la bruja”. A mi pregunta “¿lo ves a tu padre en estos momentos?” respondió que podía verlo y hablar con él por medio de la tablet, “pero papá no me llama nunca”. Le dije entonces “Matilde ¿tu puedes llamarlo? Respondió “No sé, gracias, hasta la próxima” y colgó.

Al día siguiente la madre me comunicó que Matilde había llamado a su padre y que desde entonces hablaban casi cada día por Skype. De momento no ha vuelto a haber ningún otro dolor en su corazón. Espera la inmediata próxima visita de su padre.

Así, aceptando hablar conmigo, Matilde pudo liberarse un poco del discurso médico y del de su madre y hacer escuchar lo que atormentaba a su cuerpo durante el periodo de confinamiento.

“El psicoanálisis es el pulmón artificial gracias al cual se intenta garantizar el goce que hace falta encontrar en el hablar para que la historia continúe”, declaró Jacques Lacan en 1973 en France culture.

*Claudine Valette-Damase, Psicoanalista en Clermont- Ferrand, miembro de la ECF y de la AMP, co-presidenta del Réseau CERAS (Centro de Estudio e Investigación sobre la edad y el sujeto)

Traducción de Eduard Gadea

 

[1] Lacan, Jacques. “La tercera”. Textos e intervenciones 2. Manantial. Buenos Aires, 1988. Págs. 73-108

[2] Freud, Sigmund. “De guerra y muerte. Temas de actualidad” (1915b). O.C. Vol. XIV Amorrortu. Pág. 277

[3] Lacan, Jacques. “La tercera”. Op. Cit. Pág. 87