por Graciela Elósegui*

Comentario del artículo:

Objetivo: prevenir 3.600 suicidios y más de 8.000 intentos graves. EL PAÍS, 11de septiembre de 2018

https://elpais.com/sociedad/2018/09/09/actualidad/1536514158_379511.html

Hace alrededor de nueve años me invitaron a participar con un artículo en un libro: “Suicidio, medicamentos y orden público” y precisamente, para hacer una lectura sobre las directrices de la OMS para la prevención del suicidio. Ante esta invitación a comentar este artículo, que agradezco, la misma inquietud de entonces, me acompaña. Lo que resulta inquietante es ver cómo, ciegamente, eso, avanza. Las cifras hicieron saltar las alarmas. En el 2004 la OMS (Organización Mundial de la Salud) declara al suicidio como “un problema de salud pública y sin embargo prevenible”. En 2006 se le dedicó el Día Mundial de la Salud Mental para concienciar de la envergadura del problema. El trasvase de tal cuestión al ámbito sanitario calificándolo de problema de salud pública, es decir, rebajado al estatuto de epidemia, tratándolo como lo que atenta contra ese bien, como un virus que ataca accidentalmente,  justifica directrices apoyadas en la epidemiología y la prevención de riesgos.

Llaman al entorno de los posibles suicidas y a los médicos de atención primaria, a detectar la conducta suicida, vigilarla, controlarla, otorgando un sentido unívoco a la conducta, digan lo que digan los sujetos. En esto radica el aspecto más inquietante dado que el sujeto no se define por su conducta, sino, por los significantes que lo determinan y es en esos desfiladeros donde se capta el enganche a la vida, su debilitamiento, vacilación o hemorragia. Sostuve y sostengo, ¿de esta manera no se reintroduce lo que se pretende limitar? Si  lo que queda forcluído es el sujeto, ¿debemos inferir que precisamente es él, el sujeto, el que resulta virulento para la pretendida Salud Pública?

Porque, además, ¿cómo sería sensato situar que el mayor peso de una cuestión de tal envergadura recaiga en los médicos de atención primaria, y más aún cuando se les designa diez minutos por visita? Y, ¿en el entorno, familiar y social, de la persona? ¿Qué repercusión en los profesionales, en el entorno?

Se cortocircuita, de esta manera, la pregunta por la causa.

 

 

 

 

 

 

 

Graciela Elósegui es médico psiquiatra, psicoanalista miembro de la ELP y la AMP