por Lierni Irizar

Voy a tratar de transmitir un breve recorte de mi experiencia de estos días de confinamiento. Entre mis diversas actividades, coordino un grupo de personas que viven con VIH, personas que en otro momento se enfrentaron a una epidemia que en algunos puntos fue muy diferente a lo que hoy en día ocurre, pero en otros quizá no tanto.

En la última y reciente reunión de grupo pude constatar algunas cuestiones que me hicieron pensar. En primer lugar, llamó mi atención el modo tan claro en el que se hacían cargo de algo que hoy los responsables políticos y los medios de comunicación tratan de inculcarnos y que no es otra cosa que la responsabilidad que cada uno de nosotros tenemos en la prevención de esta pandemia. Las personas que viven con VIH llevan muchos años haciéndose responsables no solo de cuidarse sino de cuidar a los demás parar tratar de frenar la expansión del virus. Esta conciencia tan clara de la importancia del cuidado de los otros, es algo que facilita la comprensión del lugar a ocupar ante esta nueva pandemia que estamos viviendo.

Curiosamente, personas que han sufrido las consecuencias de una enfermedad que fue vivida como propia de colectivos que gozaban mal o gozaban demasiado o ambas cosas y fueron por tanto culpabilizados y muchas veces discriminados por estar enfermos, afrontan el coronavirus con recursos que les permiten hacer frente a esta nueva pandemia mejor que la población general.

Además, las personas que participan en este grupo, han realizado durante años un trabajo personal, subjetivo, a raíz de su experiencia con el VIH, pero no sólo. La enfermedad ha sido un detonante para desear saber algo más del malestar propio de la vida y esto les ha permitido tomar una mayor conciencia sobre la vulnerabilidad y fragilidad humana.

Me sorprendió que no tuvieran miedo, si tenemos en cuenta una supuesta mayor vulnerabilidad al coronavirus que de todos modos no se ha podido demostrar de momento. Pensé que su conciencia responsable sobre lo que está ocurriendo tiene que ver con eso. No sólo con tener ya una enfermedad previa sino con la respuesta que habían podido dar a ese encuentro en su vida. Eso les permite ser conscientes de la incertidumbre, de las medidas a tomar por su parte, sentir una lógica preocupación ante el futuro, pero al mismo tiempo estar tranquilos mientras otras muchas personas van a la deriva.

Estar enfermo por supuesto no garantiza nada. Considero que cuando se ha sufrido mucho, “demasiado” diría, cuando se sabe muy bien lo mucho que un cuerpo hablante puede padecer, eso puede quedar como un trauma que no permita un mejor abordaje de otra situación similar en el futuro. La fortaleza del sujeto y la gravedad del impacto son dos factores a conjugar en estos casos. Hay quien sabiendo lo que podría ocurrirle, quien tras haber estado muy cerca de la muerte, no puede responder sino desde el miedo. Es perfectamente comprensible. También hay quien vive con una enfermedad sin querer o poder aprender nada de esa situación.

En otros casos, hay respuestas que, si sabemos verlas, nos enseñan.

Haber vivido otra epidemia o haber pasado una enfermedad puede ser una gran ayuda cuando se ha podido hacer con eso un recorrido personal como el que permite un análisis. Esto no nos inmuniza ante el sufrimiento, pero permite quizá hacerle frente de un modo diferente, más responsable, más digno.

*Lierni Irizar es psicoanalista, miembro de la ELP y la AMP.