Imagen: Steve Cutts en Instagram Oli Freuler

por Araceli Teixidó

El mundo del coronavirus ha trastocado nuestras vidas y hemos visto conmoverse certezas y seguridades. Desde aquellos que encontraron su vida detenida y se sintieron recluidos en un hogar seguro, como unas vacaciones que permitían una pausa de la prisa de las ciudades, hasta aquellos para quienes la vida cambió por completo, trastornada por la intrusión de la muerte, perturbada por la pérdida de trabajo, inquietada por la convivencia siniestra con un extraño conocido… La mancha se extendía por todo el orbe, nadie parecía a salvo.

Las coordenadas simbólicas que organizaban nuestras vidas cayeron como si en lugar de ser sólidos muros, no hubiesen sido más que un castillo de cartas, no era seguro conservar el trabajo, no era seguro preservar la vida, las rutinas cotidianas desaparecían, de la presencia se pasó a la comunicación virtual.

Para cada uno se tramó de modo distinto. En las consultas de los psicoanalistas escuchamos los relatos, uno por uno, de los modos en que se ha podido sintomatizar la pérdida, el fracaso, la impotencia y la imposibilidad. Y sigue el trabajo porque la inseguridad que ha causado la conmoción reclama que se creen otras seguridades, más íntimas, acordes a algo que pese dentro, que haga de contrapeso a la fragilidad del mundo.   

Ahora, vacunados, todo parece volver a la normalidad. Después de unos meses de tranquilidad y con el inicio del frío todavía sin demasiados contagios ni camas hospitalarias ocupadas: retomamos actividades presenciales, completamos aforos, dejamos de sentir ese temor difuso que nos acompañaba a todas partes, esa incertidumbre.

El mundo parece volver a ser predecible. Es otro mundo quizá, todavía por ver, todavía por comprender, pero parece estabilizarse.

¿Habrá cambiado algo verdaderamente? ¿La brusca sacudida habrá producido una desviación en la trayectoria anterior? Porque quizá todo era demasiado deprisa, demasiado sin centro, demasiado. Exceso y crispación que a ratos asoman de nuevo ¿Habrá cambiado algo? También depende de nosotros: que no tengamos demasiada prisa para que todo sea como era, que nos demos tiempo de pensar que quizá no sea preciso que sea igual. Que nos demos tiempo de otra cosa.

Entretanto, las mascarillas siguen ahí, tapando sonrisas y muecas. Ocultando rostros que sorprenden cuando por fin los vemos. Evocando un misterio que a ratos nos recuerda que no somos los amos y, sin embargo, nos pertenece.

*Araceli Teixidó es psicoanalista miembro de la ELP y la AMP. Docente del ICF. Responsable de coordinación de la Red Psicoanálisis y Medicina