por Manuel González Molinier*

 

En la película Todo ha ido bien (2021) de François Ozon, un hombre que ha sufrido un ictus con graves secuelas de movilidad sorprende a su hija en una de las escenas con la frase “quiero que me ayudes a acabar de una vez”. Es un momento clave que hace al espectador tomar conciencia de que el film va sobre la eutanasia**. Es importante lo que sucede en esa primera escena fundamental: el padre insiste a la hija cogiéndola de la mano y ella, turbada, primero hace como que no oye la frase y luego retira su mano, rechazando la petición. Esto marca un primer momento de la película; la negación, el rechazo de la hija a oír la demanda del padre. Posteriormente, al constatar que no se trata de una idea pasajera, sino de un deseo insistente que un hombre mentalmente cuerdo articula con firmeza, habrá un cambio subjetivo en la hija, que asumirá que no puede ignorar esta demanda. Lo que verbaliza el padre es su deseo y no lo puede ignorar, puesto que es a ella a quien pide ayuda, y por tanto le concierne. No ha sido un buen padre, dirá, pero le quiero. Atender, pues, a su demanda es un acto de amor, aunque se trate de una demanda de ayuda a morir. A partir de aquí se informará de que la eutanasia no está permitida en Francia, pero sí lo está en Suiza y que una asociación está dispuesta a ayudarle en su deseo de morir dignamente. Hay un segundo momento en la película que capturó mi atención. La mujer suiza que recibe a la hija, antes de entrevistarse con el padre, le advierte que él deberá poder tomar por sí solo un vaso con la preparación que le causará la muerte, dejando claro que es un suicidio asistido; no serán ellos los que pongan fin a su vida, sino él mismo. Esto me hizo pensar en el lugar que la salud mental, y en especial los psiquiatras, tenemos frente a esa otra realidad no siempre tan alejada de la eutanasia, que es el suicidio. Mientras se elaboran planes estatales para abordar el problema del suicidio, se avanza en una legislación que permite ese suicidio asistido que, en el fondo, es la eutanasia. ¿Qué claves pueden servirnos para elucidar esta aparente paradoja? La clave, creo, es tratar de despejar la duda de si ese deseo de muerte es un deseo sostenido por el sujeto como parte del derecho inalienable que todo sujeto tiene a decidir sobre su vida, o si se trata de la consecuencia de un sufrimiento, y el sujeto no desea tanto morir como poner fin a ese sufrimiento, que se presenta como infinito e insoportable, pero quizá no lo sea.

 

Sabemos que muchas enfermedades mentales tienen un riesgo mucho mayor de cometer suicidio que la población que, en principio, no padece ninguna enfermedad mental. Abro entonces una serie de peguntas: ¿Es el paso al acto suicida de un sujeto psicótico inmerso en la ferocidad de un delirio de persecución o en la mortificación melancólica de la indignidad una decisión de un sujeto libre? ¿O debemos, como he creído siempre, tratar de encontrar modos de apaciguar ese sufrimiento, ya sea tratando de estabilizar un delirio, ya sea ayudando al paciente a lograr una invención que le permita una suerte de suplencia? Por otro lado, ¿es el sujeto neurótico más libre en sus decisiones que el sujeto psicótico? Continuando con la reflexión, y con toda la dificultad epistemológica que supone considerar la psicosis una enfermedad natural, como lo podría ser el ictus… ¿podemos afirmar que algunas enfermedades mentales son incurables, y por tanto deben poder acceder estos enfermos al derecho a la eutanasia, como cualquier otro sujeto que padece una enfermedad cuyo sufrimiento parece no tener más límite que la muerte? ¿O debemos, por el contrario, pensar que en toda enfermedad mental existe la esperanza de que se puede llegar, con más o menos esfuerzo, a una suerte de estabilización? Muchas son las preguntas que me han surgido al ver esta película, que ha hecho que entren en colisión dos conceptos muy presentes en el debate contemporáneo y muy relacionados con mi profesión, que hasta ahora aparecían apartados: los de suicidio y eutanasia. De repente, las aparentes certezas que ayudan a orientarnos en nuestra ética se vuelven inciertas, lo que siempre debe tomarse como una invitación a trabajar. No se puede descartar que, como afirmaba Camus, el suicidio sea el único problema filosófico verdaderamente serio del ser humano. Ante este hecho, frente a la fantasía de la eutanasia para todos los casos (¿quién no querría una buena muerte, si es que esto existe?) nuestra ética solo puede estar, una vez más, en el caso por caso.

 

*Manuel González Molinier es médico psiquiatra en la Unidad de Salud Mental Comunitaria de Fuengirola-Mijas (Málaga). Coordina desde hace 3 años un programa de terapia grupal para personas con trastornos psicóticos. Socio de la Escuela Lacaniana de Psicoanalisis en la sede de Málaga.

 

**Desde la comisión organizadora hemos propuesto a algunos colegas:¿Qué preguntas te surgen frente a la demanda o posible demanda de un/a paciente de recibir ayuda para morir? ¿Qué cuestiones te has planteado o te plantearías en el tiempo de decidir? ¿Qué interrogantes te suscitan los efectos que estas demandas han tenido en ti?   Es decir, no esperamos respuestas, esperamos planteamientos, preguntas, aperturas. Nos parece que en cuestiones tan delicadas, es preciso plantear bien las cuestiones y demorar el tiempo de responder