por Liana Velado*

Apareció de improviso, inesperado, imprevisible, por fuera de cualquier supuesto sanitario de prevención, por fuera de cualquier programa el coronavirus se ha convertido en el centro de nuestra vida y ha tocado los cimientos del mundo que conocemos. La medicina tan avanzada científicamente y el inmenso y sofisticado potencial de los recursos de los países más desarrollados del planeta, fallan ante la estupefacción, perplejidad y sensación de irrealidad de todos nosotros. «Todo lo que no es programable deviene trauma» [1] dice Eric Laurent en Hijos del trauma. El trauma es el terror y la suspensión del tiempo, la inmovilización, y en este caso el aislamiento también. La irrupción del virus y su propagación silenciosa e incontrolable es un trauma que estremece al mundo. La angustia se ha localizado, ha encontrado fuera la causa del mal. El miedo al coronavirus viene con la forma de protegerse de él que es quedarse en casa, también es una forma de tratar el miedo.

Escuchamos hace unos días la noticia del ataque a la policía por parte de un grupo de personas para impedir el traslado en autobús de unos ancianos enfermos a una Residencia de su localidad, el temor a enfermar provoca temor a la enfermedad y rechazo al enfermo, aunque no es necesario estar enfermo para contagiar el virus. Hubo otras epidemias como la Lepra en la Edad Media que dejaba estigmas visibles del padecimiento, pero en el caso del virus cualquiera es un peligro potencial.

En los servicios médicos de Atención Primaria no hay apenas pacientes, las consultas son casi todas telefónicas y la mayoría para descartar que los síntomas que relatan sean causados por coronavirus. Los pacientes ancianos o jóvenes con enfermedades crónicas no hacen sus controles y seguimientos, algunos antes síntomas de desestabilización esperan demasiado por temor a contagiarse con consecuencias poco favorables. Tampoco acuden otros pacientes con los síntomas que se veían y se trataban cada día y en urgencias las consultas que no son por patología respiratoria también han disminuido.

La angustia que empuja a urgencias, la angustia que lleva al paciente al médico, la angustia que toma al cuerpo se ha localizado en miedo.

Pasará la pandemia, habrá otras catástrofes, tsunamis, terremotos… Porque la ciencia tan desarrollada, en su intento de control de las leyes que rigen la vida del planeta no podrá evitar que aparezcan grietas, grietas de lo real que el psicoanálisis sabe que es sin ley. Los psicoanalistas estamos advertidos.

*Liana Velado es psicoanalista miembro de la ELP y la AMP y médico de familia

[1] Eric Laurènt, «Hijos del trauma» en La urgencia generalizada. Ed Grama.Pág. 24.