por Leonora Troianovsky*

Respondo a la invitación de contribuir al debate abierto sobre la Ley de la Eutanasia con una pequeña viñeta[1], a partir de un caso que me llegó derivado por el médico de familia bajo el modo de la urgencia.

Maia, una mujer joven se presenta sin hora de visita en la consulta del ambulatorio[2]. Viene acompañada por su madre y su pareja. Entra sola, hecha un mar de lágrimas, y lo primero que dice es que viene a pedir la eutanasia. Pregunto qué le sucede, “se me ha muerto mi niña” grita. Escucho y la sostengo con mi mirada, en silencio. Poco a poco, de modo entrecortado por un llanto abrupto, se hila su discurso.

Sus padres se separan cuando ella es una niña. El padre se ausenta y la madre decide emigrar. Una vez en España, tiene serias dificultades para estar presente y educar a Maia. Muchas veces la culpa de su precaria situación, se dan escenas de violencia.

Siendo apenas adolescente Maia decide irse a vivir con su abuela, quien le transmite su amor pero no logra afirmarse como referente. Maia se pierde, deja los estudios, se junta con otros jóvenes sin rumbo, se droga, comete algunos hurtos y tiene problemas con la policía y termina en un Centro de Acogida.

Desde entonces, Maia relata un camino que parece una huida, hasta que la noticia del embarazo la detiene. Empieza a cuidar su alimentación, deja las drogas, y la idea de ser madre la orienta durante los meses de gestación. El padre del bebé se compromete en el proyecto.

Maia gesta una fantasía que la “llena de vida”: “tener a mi hija”… acaso un partenaire que la acompañaría en su soledad más íntima, esa que siente desde pequeña.

Dice: “hacía mucho tiempo que para mi la vida no tenía sentido… mi hija era todo y ahora… así no quiero vivir, no tiene sentido”. En ese momento el discurso de Maia se cierra con una demanda: “quiero la eutanasia, sé que hay una Ley y que puedo pedirla!”.

Lacan, en su texto Psicoanálisis y Medicina[3], dice dos cosas muy valiosas respecto de la demanda. Una, que el avance de la técnica en medicina jamás podrá sustituir el acto médico, ya que ninguna técnica de laboratorio podrá sustituir al médico en cuanto a la tarea de acoger, escuchar la demanda del paciente.

La otra, es en relación a esta demanda: responderla requiere de una interpretación. La demanda no se responde sino de lado.

En el caso de Maia, su demanda fue la vía de acceso al Otro en un momento de crisis tremenda. Su bebé de días murió en la cuna, de muerte súbita. Una pérdida que se acerca demasiado al agujero del sin sentido, por donde la vida se pierde para ella.

Ahí donde la familia, angustiada, no podía soportar los signos de su dolor sin angustiarse ellos mismos le pedían que fuera fuerte, que siguiera adelante, sin dar lugar y tiempo al duelo por la pérdida acontecida, se producía un impasse.

Escuchando las primeras palabras de Maia podemos recordar a Freud[4] cuando señala que una pérdida puede conmover y hacer tambalear los cimientos de duelos anteriores, no resueltos. En su caso son pérdidas radicales que se recubren una a otra, la niña que ella misma no fue, la familia que no tuvo –familia ideal- y que esperaba dar a su hija.

El trabajo de duelo sólo es posible dando el debido valor a lo perdido. La demanda de eutanasia, escuchada de este modo, fue una primera manera de valorar lo inconmensurable, “Mi hija era mi vida, por eso, ahora ya no la quiero, no quiero vivir…”.

Acoger esta demanda, para escucharla, dar lugar a su sufrimiento, fue el primer paso para que esta joven mujer pueda empezar a tejer con palabras el borde de este vacío, agujero que dejó la pérdida de su bebé. Perder no todo, para poder seguir viviendo.

Este caso me ha permitido pensar en el uso de los significantes amo, significantes mayores que toman función de referentes en lo social ( la Eutanasia, lo Trans, la Bipolaridad…). Por un lado se constituyen como elementos que recogen ciertos fenómenos sociales o clínicos y los nombran haciéndolos visibles, otorgándoles un sentido común, compartido.

Pero lo que el caso de Mia me ha enseñado es que es en la otra vertiente, en el uso singular de este significante, donde podemos orientarnos para saber de qué se trata en la demanda que hay en juego. Sólo a partir de “hacerlo hablar” en lo que atañe a cada caso, con las propias palabras y sus resonancias siempre singulares.

[1] Texto solicitado a partir del encuentro Nudos que tuvo lugar el 2 de octubre de 2021 por vía telemática en que la Red Psicoanálisis y Medicina convocó a psicoanalistas que trabajan en instituciones concernidas por la aplicación de la nueva Ley Orgánica de Regulación de la Eutanasia.

[2] En el marco del Programa de Soporte a la Atención Primaria. CSMA Cornellà de Llobregat. Parc Sanitari San Joan de Dèu.

[3] J. Lacan “Psicoanálisis y Medicina”, en Intervenciones y Textos. Manantial 1985. Buenos Aires.

[4] S. Freud, “Duelo y melancolía”, Obras Completas, Tomo XIV, Amorrortu Editores, Buenos Aires, 1917.

*Leonora Troianovsky es psicoanalista en Barcelona, miembro de la ELP y la AMP.