por Kepa Torrealdai*

Comentario de la noticia: Reencontrarse con la vocación médica cuando flaquea la fortaleza psicológica.

se ha hablado de trabajos vocacionales, entre los que podríamos destacar la medicina. Profesión que en su ideal presentaba un componente altruista y de entrega a los demás. El texto describe las oscilaciones que puede tener esta vocación en las diferentes etapas de transición y habla de reencontrarse con la vocación y refugiarse en el placer del ejercicio médico para blindarse contra el burn out y la flaqueza psicológica. Describen que es necesario valorar además de los resultados académicos, la fortaleza psicológica de los aspirantes.

Es decir, se está buscando una respuesta o una cierta solución al alarmante aumento del sufrimiento psicológico, de la tasa de adicciones y de casos de suicidio en el estamento médico. Y se preguntan el por qué de este auge, en la época en la que mayor es el conocimiento médico y mayor el avance tecnológico. Es interesante que se pregunten por esta cuestión y no puedan relacionar el malestar psicológico con la propia deriva del arte médico hacia la tecnociencia con la exclusión de la subjetividad que esto ha llevado consigo.

Cuesta definir lo que es la vocación, esta llamada (del latín voccare), esta especie de motivación intangible que se supone es una fuerza propulsora. Lo cuentan como un factor protector, así que animan a los médicos a reencontrarlo. Podríamos decir que es una especie de deseo. Deseo de ser médico que enlaza ciertas características de buena voluntad. Cuando Jacques-Allain Miller habla del deseo de ser psicoanalista, dice que este deseo es siempre en el fondo de mala calidad, un deseo de tipo moneda falsa. Esta fórmula pueda servir quizá también para la medicina, este llamado, esta vocación adornada de altruismo e ideales, seguramente también es un deseo de tipo moneda falsa. Y se disuelve progresivamente bien en los primeros años de carrera o cuando uno se confronta con la práctica real de la medicina. Por un lado, sabemos que el deseo es mayoritariamente deseo del Otro y por otro lado, que todos estos ideales están apuntalados sobre fijaciones y significantes (S1) que marcaron nuestra infancia. Es decir que realmente no sabemos por qué elegimos la carrera de medicina. Es un misterio incluso para cada uno de nosotros mismos. Así que es difícil reencontrarse con algo que sigue siendo un misterio.

La carrera de medicina, como buen discurso universitario, por su repetición en las materias, puede producir una cierta insatisfacción. Podemos recordar el matema lacaniano del discurso universitario:

Matema del discurso universitario

El Saber (S2) se encuentra en posición de Agente, de esta manera pone a trabajar al objeto plus de goce (a) y produce insatisfacción ($), quedando S1 en el lugar de la verdad, separado de la producción por una doble barra. Es decir, la colocación del saber en la posición del Agente en el discurso universitario produce insatisfacción y además no deja al sujeto opción de llegar a la verdad que está bajo este saber (S1). Finalmente, uno no sabe qué significantes (S1) marcaron su decisión, su vocación, así que no puede destilarlo. No puede reencontrarlo porque le está estructuralmente negado el acceso (//).

¿Si esta vocación es una incógnita y además es una moneda de tipo falso a qué nos agarramos?

Lacan decía que el médico se vería confrontado a una doble demanda, una la del paciente y la otra la que provendría del discurso científico. Y que la respuesta que pudiera dar a esta doble demanda definiría la posición propiamente médica. Lo que ha quedado excluido de la medicina en las últimas décadas ha sido la subjetividad, al abrazarse la medicina de manera incondicional el discurso tecno-científico. En el punto de máximo avance tecnológico, que bienvenido sea, hay algo de una pérdida. Una pérdida que nos deja inermes ante esta doble demanda. Es la pérdida y la desestimación del descubrimiento freudiano. Esta pérdida, este olvido nos lleva a funcionar a modo de piezas de un engranaje de la máquina sanitaria, donde el médico se ve obligado a responder a esta doble demanda sin pestañear. Se convierte en algunos casos en una máquina expendedora, sin libertad de movimiento, aprisionado en algoritmos y protocolos cada vez más cerrados. En la medida que la exigencia de los indicadores de control y resultado de salud aumentan, el trabajo médico, la clínica, el lugar para la equivocación subjetiva se convierte cada vez más angustiosa. En el sueño cientificista, sin lugar para la relación clínica, que pueda tamponar esta acidificación creciente, el deseo se marchita.

Lacan llamó al concepto de inconsciente freudiano “la una equivocación”, un lugar donde los significantes no tenían un sentido unívoco. Es decir, donde el malentendido se convertía en la base de la comunicación. Lo mismo que cuesta tanto definir la vocación por su falta de sentido unívoco, sucede en la demanda a la que se ve sometido el médico. Quizá no se pueda responder a todas las demandas. Quizá se pueda asumir la falla del discurso científico, finalmente, que no todo se puede curar y que este discurso no puede suturar todas las heridas de lo humano. Abrir un respiradero en este discurso tan compacto puede dar una cierta libertad al médico contemporáneo, sea cual sea su vocación.

*Kepa Torrealdai es médico de atención primaria y psicoanalista