por Silvia Grases*
Precisamente porque hay una experiencia del tiempo que no es cronológica cobra especial valor eso que se puede jugar, no en la duración, no en la cantidad de tiempo, sino en un instante**.
De hecho, me interesa abordar algunas cuestiones en relación a dos instantes precisos y en relación con la experiencia de la pandemia del covid-19.
Tenemos por un lado el instante de ver. Primer tiempo lógico en Lacan, ese momento en el que algo se presenta a la mirada, un acontecimiento con capacidad de devenir traumático para el sujeto porque comporta para él una ruptura en el sentido de la vida.
Bajo esta condición, un acontecimiento inaugura un instante de ver. Es un instante pues, fecundo, pues aboca al sujeto al esfuerzo por entender y por hacer algo con eso que le toca vivir y que ha desbaratado su existencia.
Ahora bien, que algo se presente a la mirada no implica que el sujeto lo vea y que resulte eficaz. Por evidente que resulte objetivamente.
Entonces, se presentan dificultades en el instante de ver. De hecho, hay una dificultad estructural con la que cada uno tiene que hacer y es que “no querer saber” es la posición estructural del sujeto.
Por ello, el instante de ver no depende de una cuestión de información. Conocer algo no es condición suficiente.
Lacan dice “ese instante de ver donde algo se elide siempre, se pierde incluso, en la intuición misma”[1]. Por tanto, la negación del sujeto siempre está en juego. Esto significa que el sujeto ve pero que al mismo tiempo desmiente eso que ha visto. Por ejemplo, en el contexto del covid-19, en un primer tiempo hubo noticias sobre el coronavirus pero se relativizó su gravedad, se refirió a algo ya conocido y familiar como la gripe, se negó la transmisión comunitaria, etc.
La negación es una defensa del sujeto ante un real. Si por una parte, efectivamente defiende al sujeto frente a algo insoportable[2], también cortocircuita la eficacia de aquello que podía funcionar como instante de ver.
A este respecto, M.-H. Brousse escribe en un artículo del 22 de marzo de 2020 lo siguiente: “Desde finales de febrero, cuando se tomaron medidas en Italia para contener el virus, se han dado varios pasos ante la erupción de esta pieza de real que es el Coronavirus. Devolviéndolo a lo que ya se conoce y, por lo tanto, banalizándolo, la gripe. Luego, poco a poco, lo diferenciamos de la gripe, es decir, nos enfrentamos a lo desconocido, pero a la vez nos aferramos a nuestros modos de goce. Perplejidad, miedo, tiempo para no entender, por falta de un instante de ver”[3].
En un segundo texto Brouse vuelve sobre esta cuestión de un modo aun más radical: “frente al virus, como han señalado los periódicos, casi no ha habido un instante de la mirada, incluso en China, donde todo comenzó. Las razones de esta ausencia son diversas y variadas. Sin embargo, podemos plantear que, frente a lo real, la extrañeza de los diferentes encuadres realizados por la realidad psíquica es tal que elimina, en numerosos sujetos, el instante de la mirada. No vemos venir nada. Estamos tragados por la ola antes de poder verla. Ni siquiera hubo lo que Lacan llama “subjetivación[…] aunque impersonal bajo la forma de “se sabe que…”. Digamos en lenguaje hablado: ni siquiera había una formulación del tipo “¿Qué es esta cosa?”. El instante de la mirada está ausente”[4].
Entonces, me parece fundamental subrayar la cuestión de la eficacia necesaria del instante de ver en la puesta en marcha de los tiempos lógicos. No basta con que algo se presente a la mirada, sino que tiene que darse un instante de ver para el sujeto. Este instante de ver se da en tiempo (cronológico) y modo singulares para cada sujeto. Y en mayor o menor medida, habrá siempre algo elidido.
Por el contrario, sin instante de ver no se inaugura el tiempo para comprender y esto deja al sujeto en una situación a la deriva, ya que no puede ponerse al trabajo de una elaboración.
Ocasión y acto
Una cuestión que me interroga fuertemente en el contexto del campo médico o sanitario, en la relación con los pacientes, es la dificultad por la falta de tiempo.
En estos días de la pandemia del Covid en los que los actores del sistema sanitario han vivido una presión asistencial sin precedentes, han estado también en primer plano la saturación y la falta de recursos para responder al incremento exponencial de pacientes, muchos graves, con lo que la falta de tiempo ha sido un factor en juego.
Sin embargo, cuando pienso en esta cuestión, y teniendo obviamente en cuenta que es una dificultad de nuestra realidad hoy, también hay que considerar que en la relación entre pacientes y sanitarios hay cuestiones fundamentales que se juegan en un instante. Y depende de la posición de cada sanitario y de cada médico en particular el cómo se maneja ese instante, ese momento de oportunidad, y que se juegue algo allí que tenga el valor de un acto.
He leído un breve testimonio de una enfermera que junto a un equipo de urgencias relata una breve viñeta en la que atienden a una mujer asustada en un episodio de bajada de tensión y desestabilización por una rotura de aorta, como averiguarán finalmente. En el curso del episodio la enfermera relata que mientras los compañeros la están atendiendo y “haciendo cosas más útiles”, ella, “sin poder hacer nada más”, le coge las manos. Intercambia unas palabras con ella, refiriéndose a las manos frías de la paciente. Esta le responde que nota las suyas calientes, la enfermera se las ofrece.
Cuando ya consiguen estabilizar a la paciente y la derivan a la UCI para seguir allí la atención, la mujer toma de nuevo las manos de la enfermera y le dice que eso ha sido lo mejor de ese lugar.
El valor de este acto, que emerge en el lapso de un instante, está en su singularidad.
Cuando pensamos el tiempo únicamente en una dimensión cronológica estamos bajo una relación de tiranía, porque el tiempo cronológico siempre falta. Sin embargo, al pensar el tiempo desde la lógica, como hemos visto, nos situamos en una experiencia del tiempo diferente y que es en realidad la experiencia del tiempo que hace cada sujeto.
En este sentido, Miquel Bassols afirma que “la experiencia del tiempo no es la de una linea recta que va siempre adelante, sino en una linea que puede retornar atrás, que tiene relación con ese espacio en el que el sujeto hace una experiencia”[5].
Lo cierto es que los sujetos, aun organizando nuestra vida en la dimensión del tiempo cronológico, estamos sujetos, uno por uno, a los avatares propios del tiempo del inconsciente[6].
Esta dimensión de experiencia del tiempo no es contabilizable, no se mide por las horas del reloj, sino que tiene relación con lo pulsional del sujeto. Es decir, con la dimensión libidinal o de goce del sujeto. Siguiendo a Miquel Bassols, hay una diferencia entre el tiempo epistémico, que está vinculado al significante, que sería el tiempo necesario para comprender un saber, y el tiempo libidinal, ligado a la pulsión y que no se puede mesurar ni contabilizar. Da un ejemplo que permite captar a qué se refiere cada tiempo y qué está en juego: en una partitura musical, la duración de cada nota está medida e indicada de forma precisa. Sin embargo, hay una notación que da cuenta de ese tiempo pulsional que escapa a la medida: el calderón. El calderón es un signo de prolongación que se sitúa en la partitura encima de la nota en la que hay que detenerse y que, por tanto, se ha de prolongar. Sin embargo, el tiempo de prolongación de esa nota no se precisa, es al gusto, por así decir, del intérprete o del director. Ahí se puede captar ese tiempo pulsional, no mensurable sino que depende de la dimensión libidinal del sujeto.
Pero atención, porque esa dimensión libidinal del tiempo está siempre presente, lo queramos o no, y eso es lo que hace que el acto sea posible. De lo contrario, la acción seria simplemente programable.
Es aquí donde planeo que entra en juego ese instante que no precisa de duración sino de oportunidad, que se presenta bajo la forma de la ocasión. La ocasión tiene que ver con la contingencia y no con una decisión racional o extraída del conocimiento. Surge en un encuentro y tiene una relación especial con el tiempo, porque se presenta siempre como instante no previsible, contingente y fugaz.
Etimológicamente viene del latín occasio y deriva del verbo cadere, en su sentido de caer, de suceder. En este sentido tiene relación con el accidente, es lo que le cae a uno fortuitamente, de casualidad.
La otra referencia etimológica de occasio es la griega Kairos. Kairos es un dios menor de la mitología griega, hijo de Zeus y de Tiche, diosa de la fortuna. Kairos tiene parentesco con Kronos y con Aion[7].
Aristóteles se refiere al Kairos[8] como el momento oportuno. Ese instante en que se abre una ocasión favorable.
Se trata de ese momento favorable al acto, que hay que saber aprovechar. No se trata aquí de tiempo en el sentido de la duración, sino de aquello que se puede jugar, precisamente, en un instante.
*Silvia Grases es psicóloga clínica, psicoanalista miembro de la ELP y la AMP. Responsable del Servicio de Psicología de la Asociación Catalana de Hemofilia.
**Este texto es un fragmento de la conferencia que Silvia Grases impartió el 15 de mayo de 2020 en el Taller de la Palabra en Medicina en Barcelona.
CITAS
[1] J. Lacan, Seminario 11 Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis, Paidós, BBAA 1999, p. 40.
[2] Mónica Torres, psicoanalista miembro de la EOL (Escuela de la Orientación Lacaniana) comparte su propia experiencia a este respecto en su texto “La guerra de los mundos”:
“El 11 de septiembre de 2001, yo me estaba preparando para ir a dar clases al Instituto Clínico de Buenos Aires.
Mi hija salió pálida de su habitación y me dijo: -Mamá, un avión se estrelló contra las Torres Gemelas. Fui a mirar a su televisor, tuve un momento de estupor y enseguida una certeza: – ¡No! Es una ficción. Es como lo que hizo Orson Welles en 1938 con La guerra de los mundos. Me mira vacilante y yo sigo decidida, – ¿Te acordás? Te lo conté. En 1938, Orson Welles emitió por radio un episodio, una adaptación de The war of the worlds. La gente creyó que era un hecho real y entró en pánico. Es algo así.
Y salí presurosa de mi casa para ir a dar mi clase. Tomé un taxi, el chofer estaba anonadado me dice, casi balbuceante: – ¿Vió lo que pasó? ¡Las Torres Gemelas![1]
Miro por la ventanilla, veo a la gente agolpándose en las vidrieras de los negocios de televisores, en los bares.
Vacilo. Primera vacilación; llamo a mi hija, le digo -Parece que es cierto. Ella responde:
– “¡Claro que es verdad, acabo de ver otro avión!”
Pero no era verdad…
La verdad tiene estructura de ficción y ahí me refugié yo, es una ficción. Eso no podía estar pasando. Era lo real mismo. Era imposible.
Algo así, me mantuvo muda y expectante esta vez, otra vez, en esta violenta irrupción de lo real sobre lo simbólico”. Publicado el 23 de abril de 2020 en https://zadigespana.com/2020/04/23/coronavirus-la-guerra-de-los-mundos/
[3] https://zadigespana.com/2020/04/04/coronavirus-encontrar-en-el-mismo-impasse-de-una-situacion-la-fuerza-vital-del-deseo/ Texto original en francés en https://www.hebdo-blog.fr/trouver-limpasse-meme-force-vive-desir/
[4] https://zadigespana.com/2020/03/26/coronavirus-los-tiempos-del-virus/ Texto original en francés: https://www.lacanquotidien.fr/blog/wp-content/uploads/2020/03/LQ-876.pdf
[5] Miquel Bassols en Radio Lacan “El tiempo que se detiene” (audio en italiano):